Una luz negra. La depresión en el sujeto y en el mundo

“A veces me pregunto cómo todos aquellos que no escriben, componen o pintan pueden conseguir escapar de la locura, la melancolía y el pánico que es inherente a la condición humana”. Graham Greene.

“En la depresión, el sinsentido de cualquier empresa y cualquier emoción, el sinsentido de la vida misma, se hace auto-evidente. El único sentimiento que queda en este estado de desamor es la insignificancia.” Adrew Solomon. The Noonday Demon.

“Debo a mi depresión, una suprema y metafísica lucidez. En las fronteras de la vida y la muerte, ocasionalmente  tengo el arrogante sentimiento de ser testigo de la insignificancia del Ser, de vislumbrar lo absurdo de los lazos y los seres.” Julia Kristeva. Black Sun.

“Esto es quizás lo que buscamos durante toda la vida, esto y nada más, el dolor y la desilusión más grande posible para así ser plenamente nosotros mismos antes de morir”. Céline. Journey to the End of the Night.

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Ríos de tinta se han vertido para intentar dar luz a la experiencia más sombría, la depresión. Un fenómeno que ha sido una de las grandes epidemias del siglo XX y que parece que aún será mayor en el presente siglo1.

Hoy, la tinta transcurre por los senderos del cerebro de la mano de las poderosas ciencias médicas e industrias farmacéuticas. La depresión es una enfermedad que implica una fallo neuronal y/o genético, una premisa indiscutible que es asumida también por gran parte de la psicología contemporánea.

Aunque amortiguadas por el «ruido» de estas poderosas corrientes, aún es posible reconocer que existen otras visiones  que defienden la idea básica de que la depresión es una experiencia anímica, psicológica, cuya lógica y finalidad es asimismo psicológica. Es más, hay atrevidos que sostienen que la depresión no es el enemigo a combatir, constituye más bien, un huésped que por incómodo que sea, se ha de alojar pues tiene algo importante que contar. Siguiendo el dictado del viejo filósofo que decía “entre uno y un millón me quedo con este uno, si es el que dice la verdad”, en mi práctica terapéutica me dejo guiar por la convicción de que la depresión es un proceso anímico que ha de ser, antetodo aceptado, para poder luego ser comprendido. No aludo a una comprensión abstracta, sino a aquella que pone en juego al ser entero y con ello y precisamente por ello, le transforma.

En cambio, en la corriente principal del río, mucho se dice, se habla y se empeña en circunscribir y catalogar los variados fenómenos que parecen dejarse englobar bajo el vago, ambiguo y difuso concepto de depresión. Quizás debido a ello se la clasifica de múltiples maneras, de entrada se proponen dos grandes grupos depresión mayor y menor. 

En la depresión menor, de insípido inicio, la vivencia es de una niebla que se enseñorea de la vida, debilita la acción y el interés vital y sume en un estado de cansancio, aburrimiento y auto-obsesión, en el que, usualmente auxiliado por los fármacos, uno, mal que bien, sigue adelante. La depresión mayor es otro asunto, asemeja a un colapso que precipita una muerte, la vida entera se derrumba y una agonía de tristeza y melancolía invaden el horizonte vital. Lo primero que se disipa es la felicidad, no se puede obtener placer de nada, éste es el síntoma cardinal de la depresión mayor. El potencial suicidio su espada de Damocles.

Un poco de historia

La Torre de Babel nunca generó tal confusión de lenguas como en este Caos de la Melancolía dada la variedad de sus síntomas.

R. Burton, Anatomy of Melancholy

Freud fue el primero que dijo que la depresión es como un duelo. Pero hay muchas diferencias con un duelo, porque en el estado de duelo, uno sabe que ha perdido algo, mientras que en el depresivo, éste no sabe qué ha perdido.

Hacer un duelo es un proceso lento que toma tiempo y que consiste en volver a recuperar toda aquella energía vital antes depositada en el objeto (usualmente la persona que se ha perdido) y que el objeto se ha llevado y recomponerla hasta que encuentre un nuevo objeto (una nueva relación generalmente, a veces, un nuevo interés vital). 

El duelo se puede elaborar porque se sabe que el objeto se ha perdido, pero en la depresión si no hay objeto ¿Cómo se puede elaborar un duelo? ¿Qué es lo que se ha perdido? Esta es la gran pregunta y ahí vienen las grandes hipótesis anímicas de Freud, que más allá de verdaderas o falsas, permiten acercarse a lo que pasa en el alma, a sentimientos, fantasías, estados de ánimo. Freud propondrá unas hipótesis imaginativas extraordinarias que vinculan la depresión con la culpa, y para explicar la culpa apelará al elemento represivo, censurador, la instancia psíquica que llamará «Superego”.

Pero si retrocedemos más vemos que existe una larguísima tradición de autores y pensadores que se interesaron por el tema. La melancolía (antes no se llamaba depresión, concepto que empezó a utilizarse a partir  de finales del siglo XIX) fue uno de los tópicos que ya encontramos en Hipócrates2 y Aristóteles, a partir de ellos, una larga tradición de escritores, médicos y filósofos parecen desesperar en sus intentos de dar forma definida al padecimiento. Desde un mal enviado por el Diablo, si escuchamos a Santa Teresa de Ávila hasta un legado del planeta maléfico Saturno si nos acercamos a los astrólogos, asistimos una gran variedad de teorías y explicaciones ampliamente diversas en las que abundan las teorías de los humores (la bilis negra es la que corresponde a la melancolía). 

Referencias medievales informan del monástico problema del abatimiento y la inercia conocido como acedia con sus consiguientes efectos de desaliento, tristeza y desidia también conocido como tristitia. La depresión era vista como una manifestación de la cólera d Dios, una indicación de que la perona estaba excluía de su bienaventuranza y de la salvación divina.

Todos, eso sí, desde la Grecia clásica pasando por teólogos y escolásticos de la Edad Media, los filósofos renacentistas, los románticos, etc. estaban de acuerdo en conferir a esta condición un lugar central de la experiencia humana.

Michel Foucault, filósofo contemporáneo, fruto de sus investigaciones arqueológicas en las estructuras y las prácticas del poder social y de los discursos que intentan legitimarlas, perfiló una “unidad simbólica” entre las similitudes de tantas y tan variadas explicaciones.  Las cualidades de frialdad, oscuridad, sequedad y pesadez estaban siempre presentes en el humor y la subjetividad del melancólico.

Desde el inicio de esta serie de pensadores que han lidiado con el tema, siempre se ha considerado que la melancolía implica estados de miedo, tristeza y abatimiento. Burton especifica la tristeza y el miedo sin causa como los inseparables compañeros de la melancolía. 

La melancolía, el genio y la energía creativa

¿Porqué todos los hombres que han triunfado en la filosofía, la política, la poesía o las artes son melancólicos, o están infectados por los males que surgen de la bilis negra?

Aristóteles

Muchos han visto que la melancolía se relaciona con las cualidades del brillo, el refinamiento, el genio o la energía creativa. En el Renacimiento, es el filósofo florentino neoplatónico, Marsilio Ficino, el que elaboró la noción moderna del genio y lo relacionó con un don de Saturno indisolublemente unido al de la melancolía. Este lazo entre la genialidad y la “enfermedad” revivió a lo largo del siglos XVIII y  XIX especialmente entre los románticos. Y es en este último siglo, en el que se desarrolla la noción de ciclo que se establece un lazo entre la melancolía y la manía (la folie a double forme, Baillarger, o la folie circulaire Faltert). 

El proceso muy bien documentado por Foucault, por el que la locura pasa a ser medicalizada,  se expresa en el nacimiento de los “asilos” en el siglo XIX, que son la expresión de este emergente poder de la medicina institucionalizada. Ello se une a una creciente corriente en psicología que establece paralelismos entre los desórdenes mentales y los físicos. Se postula que todos los desórdenes mentales han de tener su correlato en alguna área del cerebro. Una anatomía patológica del sistema nervioso o del cerebro han de ser las causas de los desórdenes psíquicos,

Es a partir de Kraepelin que se propone una nueva biología del desorden mental. Sus esquemas nosológicos plantean el concepto depresión, el cual acaba reemplazando al de melancolía, y alude a un conjunto de síntomas y a un trastorno específico. Emerge junto con la naciente psiquiatría el modelo psicológico de las facultades, derivado de la frenología, que divide a lo psicológico en dos grandes compartimentos, las facultades cognitivas y las afectivas que han de corresponderse con localizaciones concretas cerebrales.

Ya en el siglo XX surgen corrientes alternativas que cuestionan la división psicológica en facultades y sus supuesta localización fisiológica. Por una lado, las teorías psicoanalíticas y por otro, las cognitivistas conciben los desórdenes como fenómenos complejos constituidos siempre y a la vez por factores cognitivos y afectivos. Con la separación de la filosofía y la psicología  surgen dos corrientes en la psicología que pronto entablan “mortal” combate, los experimentalistas versus los introspeccionistas. De ahí surgen el conductismo y la psicología profunda como las escuelas que dominaron el pensamiento psicológico durante el siglo XX. 

Freud publica su Mourning and Melancholia en 1917 donde establece la relación entre la depresión, el duelo y la culpa y sus continuadores, Klein, Abraham y otros establecen peculiares relaciones entre la depresión y la hostilidad y el narcisismo. El mismo Freud, en su etapa más madura se ve obligado a rehacer su teoría del deseo, que afirma el principio del placer como motor básico de la psique, postulando la existencia de otro impulso tan o más básico que el primero, se trata de Thanatos, la pulsión de muerte originaria, la contraparte de la llamada a la vida que viene de la mano de Eros. 

Melanie Klein, sucesora de Freud, establece la posición (fase) depresiva, como una superación evolutiva de la posición esquizoparanoide y la ubica en el primer año de la vida del ser humano. El bebé se deprime cuando por primera vez, alrededor de los 6 meses de edad, puede percibir a su madre integrada,  hasta entonces la había vivido como dos objetos totalmente separados, el pecho bueno y el pecho malo. La integración depresiva que supera la escisión esquizoide trae consigo una experiencia depresiva intensa asociada a la ambivalencia y la culpa.

Estos autores tienen algo en común, interesados en buscar las causas del padecimiento investigan hallando hasta en los estadios más tempranos de la vida las supuestas causas u orígenes del problema.

Al mismo tiempo, y  bajo la óptica de un interés distinto, Jung se aproxima a este fenómenos buscando no tanto su etiología en el pasado como su función en el presente y el futuro.  Investiga la meta o propósito –telos– que estos fenómenos encierran en el núcleo del conflicto. Invita, el autor, a preguntarse frente a una depresión, sobre qué efectos persigue más que qué causas remotas tiene, transformar el porqué en para qué. De la mano de su teoría de los arquetipos promueve un renovado interés por las viejas visiones de la que ya se considera una “enfermedad” y/o un “trastorno psicológico”.  Busca en los mitos y las leyendas aquellas historias que parecen conferir un significado especial a la experiencia de la depresión. El viaje heroico al inframundo, la Nekya, deviene un referente simbólico, que parece amplificar las vivencias de la persona deprimida y conferirle un sentido más amplio. La depresión se convierte en un viaje iniciático cuyo resultado final es un renacimiento. El héroe regresa del inframundo con el don preciado. eso sí ya no es la misma persona. Este viaje ha supuesto una transformación de su identidad, sus actitudes y su mirada que gana en profundidad y sabiduría. Orfeo y su viaje al país de los muertos, Hércules, Cristo, Dante, todos han de realizar o padecer su Nekya con el fin de completar su misión. Ofrecen con ello un modelo arquetípico que transforma un padecimiento personal y subjetivo en una experiencia significativa, universal. Restauran con ello el muchas veces perdido vínculo con la humanidad que la persona siente que se ha roto cuando se cataloga su experiencia como algo enfermo, patológico, fuera del orden cósmico o social, una lacra, un fallo, algo a reparar, a eliminar, a vencer y destruir.

El descenso de Perséfone a los infiernos

Perséfone proclamada reina del inaccesible país de los Muertos, tras ser abducida, raptada y violada por Plutón el señor implacable del inframundo, es quizás una de las figuras espejo en la que muchos que han padecido o padecen depresión pueden verse reflejados. 

Perséfone pierde su virginidad e inocencia pero una vez convertida en reina de Hades acepta su destino, implicando con ello la idea de que sólo a través del sentirse raptado y humillado por la fuerza imparable de un síntoma o una crisis, nace la posibilidad de una nueva actitud de apertura hacia lo inevitable, de acogida del invitado impresentable.

La historia de Perséfone tiene que ver con el final de la inocencia, y la de las actitudes de muchos adultos que todavía siguen creyendo que la vida es un buen sueldo, un buen marido, una casa bonita, el éxito y que toda buena acción tiene su recompensa. Esas son conciencias Perséfone porque son superficiales, pertenecen a ese mundo de trivialidades conocidas ensoñadas como “¡qué bonito es!”. Es cuando la conciencia Perséfone parece invocar la violación por parte de Hades: el encuentro con la profundidad, el camino del alma.

El mundo en agonía

Fue Hillamn, el continuador más creativo y crítico de la obra de Jung , que proclamó: dejemos de hacer terapia al individuo y empecemos a  “curar “al mundo. Tras esta frase  se revela una aguda consciencia de que los problemas del sujeto y los del mundo van de la mano. Que no es suficiente encerrarse en una consulta terapéutica con el fin de tratar a una depresión dando la espalda al estado de un mundo que huye maníaca3, obsesiva e infructuosamente de la depresión4. Y digo infructuosamente porque hoy ya es autoevidente que la depresión, vivida colectivamente en torno a lo económico, se ha enseñoreado de nuestras vidas5. Un estilo de vida basado en el crecimiento económico como adiccción y el despilfarro de los recursos naturales como síntoma maníaco6, se ve abocada a tener que rendirse frente a lo inescapable. Ocurre igual en el caso individual, y se hacen del todo evidentes en los ciclos del denominado trastorno bipolar, en el que la persona sufre alternativa y sucesivamente episodios depresivos y episodios maníacos. En economía los llamamos los períodos de las burbujas (inmobiliaria, financiera, etc.) seguidos de las crisis estructurales con sus recesiones, etc.

Muchos sospechamos que las crisis psicológicas, con sus síntomas psicopatológicos, son la expresión de un estado de cosas del mundo, de un estilo de vida general a todos. Los que sufren sus consecuencias de un modo especialmente significativo son los que son asediados por los síntomas. En este sentido, se cree que, en definitiva, el neurótico es una especie de “elegido”, pues aunque sea por  forzado por el sufrimiento, es compelido a buscar aquella solución que le permita salirse del círculo vicioso de un estilo vida en el que ya no hay valor o significado válido para el alma, de un tener que confrontar en la intimidad de la consulta y en el infierno en el que su vida, condicionada por los síntomas, se ha convertido, las garras afiladas de un conjunto de ideas y creencias que constituyen el sustento de dicho estilo de vida. De ahí la proclama, “El problema ES el problema, la persona NO ES el problema”.

La “enfermedad”, la depresión, en este contexto, deja de ser el enemigo mortal y pasa a ser la invitación forzosa, como en el rapto de Perséfone a un viaje iniciático, que requiere la disposición a dejarse conducir, a permitir que las ideas y creencias más preciadas que sustentan una vida basada en el ego y sus valores, deje paso a un reconocimiento de que la realidad, incluso la de una depresión (personal o colectiva) es un fenómeno que tiene que ser vivido y aceptado hasta sus últimas consecuencias, la «muerte». Muerte entendida no en el sentido literal y concreto sino en el más amplio y profundo del acabamiento de una perspectiva vital, de una vida basada en valores que ya no satisfacen las actuales necesidades del alma.

Nuestra época representa la culminación del nihilismo, esta enfermedad de Occidente que según Nietzsche, asola a nuestra cultura desde sus orígenes y que consiste en supeditar la vida real a un plano metafísico del que emanan los valores y las creencias. El platonismo, luego el cristianismo, mas tarde la filosofía y la moral se ha encargado de erosionar todo valor a que está dado, presente a nuestros ojos. El postmodernismo y el hipermodernismo han hecho ley del todo vale (equivalente al nada vale) y todo es relativo, por lo que no hay verdad que sostener ni valor por el que juzgar. El solipsismo y el individualismo se han erigido como el último reducto de nuestro modo-de-ser-en-el-mundo. Un individualismo paradójicamente contradictorio porque mientras en los media se lo ensalza como mecanismo de activación del consumo, en las leyes políticas y de mercado se le condena a ser mercadería desechable.

Es muy posible que la depresión epidémica de las gentes y la depresión económica de Occidente sean un corolario ingrato pero necesario. Hoy resulta quizás más psicológicamente incongruente estar feliz y optimista que deprimirse, dado que la felicidad y el optimismo sólo pueden insuflarse mediante los cantos de sirena de la publicidad y el adoctrinamiento de algunas sectas contemporáneas tal y como proliferan en la espiritualidad New Age, bajo los eslóganes del pensamiento positivo, y la retórica pseudomística del “universo es amor” y “la verdad (o Dios) está en tu interior”.

La depresión verdadera o la verdad de la depresión

“La psicología es ciega y sorda respecto de las grandes situaciones de nuestra era. No tiene nada que decir del dinero, la banca, la economía, de los nuevos descubrimientos de las ciencias, de la industrialización, del desempleo y la distribución del trabajo. Todo ello permanece fuera de las premisas confortables de la psicología. Si “el hombre moderno está en busca de un alma”, entonces alma aquí significa el interior privatizado del individuo, separado del flujo principal de los acontecimientos” W. Giegerich

¿Y cuál puede ser la verdad de una época en la que la verdad ha desaparecido? Esta pregunta da paso a una de los últimos giros mediante los que la psicología profunda pretende autocuestionarse y autosuperarse a si misma. Por medio de una crítica radical de ciertas prácticas psicológicas, y sobretodo de las ideas teóricas fundamentales que las sustentan y que han regido y rigen la mayor corriente de la psicología contemporánea inscritas en el marco positivista der las ciencias naturales, W. Giegerich lanza un reto desesperado aunque lógicamente necesario7. Es tarea de la psicología realienarse con la verdad8. Y para ello ha de cuestionar sus mismos fundamentos, aplicarse la psicoterapia a si misma, de entrada a aquella escisión que consiste en suponer que por un lado tenemos a un sujeto y por el otro tenemos una enfermedad o trastorno por lo que concluimos que un sujeto “padece” o “tiene” la experiencia de la depresión. Dos entes separados que accidental o causalmente se encuentran y respecto a lo cual la psicoterapia ha de conseguir eliminar a uno de ellos. 

La psicología y la psicoterapia necesitan de un enfoque que supere la escisión sujeto/objeto9, un enfoque que obligue a dejar de ver sujetos por un lado y trastornos por el otro . Sólo así podemos enfocar el verdadero sentido de la pregunta por la verdad en un sentido psicológico10. ¿Cuál es la verdad de la depresión? ¿Cuál es esa verdad que más que poder enunciarse como una información, como un predicado más al estilo usual, nos invita, más bien exige, realizarla como verdad viviente, aquella que supone un cuestionamiento de todos los predicados y de la misma lógica de la enunciación, para invitarnos a adentrarnos en el territorio desconocido de una nueva consciencia? La consciencia que deviene consciente de si misma 11 en el proceso dialéctico de una verdad que se autogenera en cada momento de la vida histórica y personal. 

En otras palabras, la depresión es portadora de una verdad objetiva12. Una verdad inaprensible si nos colocamos frente a ella (la depresión) como si se tratara de algo respecto a lo que el sujeto, el ego, puede situarse. Es lo que ocurre cuando la vivimos como un síntoma o una experiencia que un “sujeto” “tiene” o “padece”. Estamos entonces inmersos en aquel tipo de consciencia instalado en una escisión que le obliga a autoexcluirse de lo real, de la realidad viviente y que presiona para que este sujeto que se separa del objeto, la depresión, sea absorbido en ella, que se disuelva la distancia vivencial (y lógica) para que así la dinámica subyacente pueda relucir en todo su magnitud, extensión e implicaciones. Es precisamente esta dinámica la permite que las contradicciones de un modo de vivir en el que la depresión es un momento necesario, se hagan evidentes y por tanto puedan pensarse-sentirse-vivirse de tal modo que el sujeto por un lado, la depresión por el otro, la salud por un lado y la enfermedad por el otro muestren su íntima y contradictoria unidad. La consciencia consciente de si misma deja de luchar contra el síntoma13 y deviene uno con él, mejor, se da cuenta de que siempre lo había sido y de que el síntoma es la expresión de un Otro que es a la vez lo más recóndito e impensado de uno mismo y la relación de uno mismo con el mundo . A este Otro algunos le llaman el alma que a la luz de esta mirada ya no es un órgano o una parte de si mismo, se revela, más bien, como expresión de la dinámica de la íntima estructura de la realidad y la consciencia en su perpetuo devenir.

La depresión es un movimiento del alma y uno de sus momentos, y el sujeto que ahora se diluye en su depresión ya no puede verse ni vivirse como un sujeto separado del objeto ni de otro sujeto, de este modo experimenta un tipo de verdad (que más que enunciarse se vive, se es). Es la verdad de la que es portadora la “depresión”. Todo ello pre-supone y a la vez culmina en un salir del solipsismo, un abandonar un individualismo separador, un superar una estadio de consciencia “inocente” e “inconscientemente” olvidada de si misma.

En este sentido, la depresión (que ya no es un ente abstracto ni una categoría diagnóstica, pues no hay dos depresiones iguales) y el sujeto occidental (que ya no es un sujeto separado -por ej. de su estilo de vida nihilista-tecnológico-científico-económico-consumista- frente a una experiencia), son parte de una contradictoria relación de identidad y diferencia que exige ser atendida, acogida, confrontada, y vivida como tal. Exige, además, que, aunque duela y quizás precisamente por ello, se abra un nuevo horizonte de comprensión y transformación de la consciencia-mundo que nos habita y constituye. “Ya Jung alertó de que no somos nosotros quienes tienen que tratar la neurosis, sino que la neurosis nos trata a nosotros, trata la constitución inapropiada de la consciencia”14afirma Giegerich proponiendo una inversión de los términos usuales: la verdad de la depresión es que precisamente ella es nuestra verdad y nuestro verdadero terapeuta

La luz negra

La luz negra es un concepto contradictorio, dado que por definición el negro es ausencia de luz, Se asemeja a los conceptos utilizados por los antiguos alquimistas que se definían la piedra filosofal como la piedra que no es un piedra. Tales contradicciones se refieren a esta cualidad de los fenómenos de la realidad psicológica en los que la lógica de los opuestos, tan útil en la vida cotidiana y el pensamiento científico en general, parece que no lo es a la hora de intentar ponernos al alcance de las verdades del alma. 

Vida y muerte como depresión y manía parecen ser dos opuestos irreconciliables, si estás vivo no estás muerto y viceversa, igualmente la fase maníaca del trastorno bipolar y la depresiva son totalmente opuestas, de la fuga de ideas, la actividad compulsiva, una euforia intensa y una energía altísima al otro extremo, carencia de energía, ánimo, pensamiento lento, abatimiento e inacción en el polo opuesto. Fenomenológicamente hablando la depresión asemeja una muerte, un proceso agónico que sume a la persona en una especie de muerte en vida. De hecho podemos considerar que el concepto depresión es un eufemismo con el que aludimos a la presencia de la muerte en la vida. Muerte psicológica que no física o literal aunque puede alcanzar esta dimensión cuando el suicidio se presenta como la culminación de este proceso anímico.

Vivir para morir y morir para vivir nos recuerda el místico, el antiguo adagio memento mori que nos obliga a tener presente la fugacidad de la vida, son expresiones que intentan acercarse a una lógica que sigue más que al principio de identidad que nos informa de la obligatoria no contradicción (si es A no es B, es decir la muerte es lo opuesto de la vida), un tipo de lógica que precisamente muestra que los opuestos se necesitan uno del otro, que uno deviene otro y que ambos se implican mutuamente. Responde esta lógica a una concepción dialéctica que despliega las íntimas conexiones y contradicciones del movimiento de la realidad y que exige ser tenida en cuenta si es que queremos o necesitamos comprender la verdad de nuestras depresiones.

Antes nos referíamos al estilo de vida compulsivo maníaco que caracteriza nuestro estilo de vida. Una negación cultural y social de la muerte que se hace evidente en los inmensos recursos que empleamos para prolongar la juventud, la vida, etc. Una industria multimillonaria se lucra de problema cultural que tiene occidente respecto a la muerte. No siempre y en todas partes ha sido así. Nuestra época no dispone de una narrativa de la muerte que nos permita encuadrarla y vivirla de un modo menos atemorizante. Dios el anteriormente proveedor de la fe en una vida más de la muerte ha muerto, como lúcidamente advirtió Nietzsche a principios del siglo pasado con el grito: ¡Dios ha muerto, nosotros lo hemos matado! aludiendo a la culminación del nihilismo, este proceso- “enfermedad” histórico-cultural imparable y que ahora estamos sufriendo-viviendo su plena eclosión.

Hoy, para nosotros, la muerte no es más que una aniquilación, por ello, la representamos como la gran enemiga de la vida, una enemiga que siempre acaba venciendo. Resultado, no hay un más allá, ni un más acá (nihilismo) que pueda nuclear y cimentar la esperanza, la fe. El mismo Vattimo, uno de los aladides del postmodernismo afirma que nuestra época es la experiencia de un fin, “fin de la historia”, de las certezas, de los valores, de los fundamentos y de las garantías, fin de lo individual (la muerte del sujeto), fin de la naturaleza (crisis ecológicas, extinción de las especies, derretimiento de los casquetes polares, etc.). Fantasías apocalípticas proliferan con beligerancia y por supuesto, last but not least,  la crisis económica.

La muerte se adueña del panorama existencial y cultural, la depresión es un eufemismo con el que aludimos a ella sin nombrarla, los planteos psicoterapéuticos realizados desde la perspectiva del vivo (el enfoque técnico de la eficacia que exige la pronta eliminación de los síntomas, etc) que abogan por derrotar a la depresión, los programas políticos que se empecinan en augurar el regreso del crecimiento, las consignas espiritualistas que aún se empeñan en creer que todo se arregla si pensamos positivamente, no dan en el clavo, más bien siguen con la misma actitud ciega tan consubstancial a nuestro occidente, de enemistarse con la muerte, de negarla, de considerarla lo opuesto de la vida.

¿Y si muerte y vida, fueran las dos caras de una misma moneda? ¿Y si precisamente para poder descubrir el significado y valor de la vida hemos de considerarnos muertos? Todos estamos viviendo, instalados, en una escisión. Por un lado, somos los únicos seres de la creación conscientes de nuestra muerte, por otro vivimos como pequeños inmortales, con el lema implícito de que la muerte es eso que ocurre a los demás, a mí no. Sabemos que hemos de morir pero actuamos sin saberlo. Nuestra cabeza lo piensa (si es que lo piensa, es decir cuando a nuestro pesar sale el tema en la conversación) pero nuestras, acciones, actitudes y reacciones lo niegan. Y como que resulta que lo que deja huella son nuestros actos y actitudes más que nuestras opiniones y creencias, el resultado es que vivimos como pequeños inmortales. La depresión es la justa contraparte, la muerte exige ser reconocida y se impone a pesar de las quejas, lamentos y gritos de protesta. 

La escisión no nos hace neuróticos, más bien la neurosis surge como resultado de vivir en una escisión y negarla. En la depresión es el ser que sabe que ha de morir que se impone. Es el portador de aquella necesaria experiencia que a los alquimistas se referían en su lema “que muera el vivo para que el muerto empiece a vivir”. Y la muerte -depresión- es un proceso necesariamente unido a una agonía. Un camino que se ha de recorrer en toda su extensión y vivir en todo su significado. Sólo así desde la perspectiva del muerto, bajo la mirada del ser que sabe que ha de morir y vive su vida como si cada día fuera el último de su vida (15), puede nacer el que ahora está muerto en nosotros personal y culturalmente, no sin antes tener que aprender a dejar que el que agonice permita que su agonía le lleve hasta el final. Fin e inicio, muerte y vida, alegría y tristeza dejan de ser enemigos irreconciliables para dejar paso a ser expresiones en si mismas valiosas del hecho maravilloso, terrible y misterioso de la consciencia de ser.  Y como breve epílogo cito a Julia Kristeva: “Debo a mi depresión una suprema, metafísica lucidez. En las fronteras de la vida y la muerte, he tenido, ocasionalmente, el sentimiento arrogante de ser testigo del sinsentido del Ser, de darme cuenta de lo absurdo de los vínculos y los seres”.

NOTAS

  1. Algunas estadísticas ofrecen la escalofriante cifra de 121 millones de personas que han padecido el síndrome en algún momento de su vida.
  2. Solomons, Andrew. (2001). The Noonday Demon, An Atas of depression. N. Y. Scribner. “Hipócrates declaró que la depresión era esencialmente una enfermedad del cerebro que debería ser tratada con remedios orales (dieta), y la cuestión primaria de los médicos que le siguieron fue acerca de la naturaleza humoral del cerebro y la correcta formulación de los remedios orales.” p.285.
  3. Hillman J.: “La manía con frecuencia se describe en psiquiatría por la ausencia de tristeza, la pérdida significa perder lo que fue, queremos cambiar pero no queremos perder, sin tiempo para la pérdida no tenemos tiempo para el alma. El alma sabe acerca del caos de la cultura en la que estamos, de alguna manera si no estamos en duelo, entonces estamos fuera de contacto con el alma, de modo que subyacente a la depresión hay una adaptación a la condición subyacente del mundo. A veces creo que hay una depresión subyacente en nuestra cultura y me hace pensar que si uno no está deprimido uno es anormal, porque el alma sabe acerca de la destrucción de los árboles, de la destrucción de los edificios, de la fealdad que se está desparramando, del caos de la cultura en muchas maneras y de alguna manera si no estás en duelo con lo que está ocurriendo en el mundo, entonces estás separado del alma del mundo. De modo que en este sentido yo creo que una depresión subyacente es un tipo de adaptación a la realidad del mundo. Esto que estoy diciendo no es instrumentalismo, no es una técnica que yo les esté enseñando a aplicar, no se trata de que pierda las esperanzas, uno preserva la fe y uno de los modos en los que la terapia puede ser más útil es que no haces absolutamente nada sino preservar el contacto. Eres un compañero entonces consistente, crónico, en lugar de ser un terapeuta que está tratando de actuar en contra de la propia alma. Lo que ocurre usualmente es que uno se vuelve activado por la quietud de la situación, contra esa parálisis hay métodos muy activos de tratamiento…”
  4. Hillman, J.: “…El coste directo de la depresión solo da cuenta de una pequeña parte de las recetas médicas de la persona, pero nuestra oposición frenética a la depresión y a lo que representa tiene un estrecho paralelo en nuestros temores económicos dominantes; hablamos acerca de una depresión económica, nos preocupamos por la crisis energética en términos económicos y la inhibición del impulso y energía en nuestros pacientes.”
  5. Hillman, J.: “…Así como el paradigma freudiano de la psicopatología era la histeria y la paranoia y el paradigma de Jung fue la esquizofrenia, la psicología arquetipal hasta ahora ha hablado principalmente de la depresión y del desorden bipolar. La depresión también ha dado un foco para una crítica cultural, un ataque a las convenciones sociales y médicas que no permiten la profundidad vertical de la depresión. Para una sociedad que no permite a sus individuos irse hacia adentro y hacia abajo (que no permite que sus individuos estén down), una sociedad así no puede encontrar profundidad y debe permanecer permanentemente inflada en un desorden maníaco del humor disfrazado de crecimiento…”
  6. Hillman, J.: “Hay dos veces más mujeres que hombres en todos los grupos raciales que están disponibles estadísticamente a sufrir una depresión. La cultura maníaca es primariamente una cultura de testosterona (hormona masculina). Esto ocurría ya en el S. XIX donde las mujeres eran ya las portadoras de muchos más síntomas que presentaban a doctores varones (esto tiene que ver con la historia de la locura).”
  7. La lógica aquí referenciada no es la de la lógica formal basada en el silogismo y la no contradicción. Giegerich se inspira en la lógica dialéctica hegeliana para postular una dimensión lógica del alma tal y como la desarrolla en su obra La vida lógica del alma, un trabajo fundamental que cimienta su concepción del alma no como ente o substancia sino como proceso. De la metafísica y la ontología a la lógica, es su lema.
  8. La tarea de realinearse con la verdad presupone un contexto cultural  como el actual que ha abandonado el tema de la verdad. Ni en ámbito de la ciencia, ni en el de la enseñanza, ni en el de la praxis social y política, la verdad es un valor, una norma o una meta. La verdad no existe, todo es interpretación constituye el lema de la postmodernidad y es expresión significativa del nihilismo imperante. Giegerich retoma el tema de la verdad y su obra es un loado esfuerzo de concebir una noción de verdad de acuerdo a las exigencias de nuestra época
  9. La escisión sujeto/objeto es hoy fundamental en las ciencias y al pensamiento cotidiano. El supuesto de que existe una realidad objetiva y un sujeto que la contempla, y la manipula es el fundamento del enfoque técnico y el pensamiento calculador que hoy muchos identifican como el único posible o el único útil. Un concepto de utilidad nacido, claro está, de las propias presuposiciones que emanan de la escisión y que por tanto nunca la cuestionan.
  10. Una verdad en el sentido psicológico es precisamente aquella verdad que aunque objetiva no descansa en el hecho de que es enunciada, producida por un sujeto que afirma algo acerca de la realidad, sino más bien es la verdad que se enuncia desde el alma, o más bien, la verdad que el alma produce-enuncia sobre si misma.
  11. La consciencia consciente de si misma es un concepto que surge de considerar a la consciencia como un fenómeno inserto en un proceso histórico que determina su estructura y/o su lógica. La consciencia ha sufrido en dicho proceso histórico diversas transformaciones que atañen y determinan la percepción del mundo y el modo-de-ser-en-el-mundo. La consciencia consciente de si misma es un desarrollo y transformación de un estadio previo caracterizado por una configuración de un tipo de consciencia consciente del objeto (del mundo supuestamente exterior) pero olvidada de sí.
  12. La noción de objetividad en Giegerich no es la del positivismo materialista. Objetividad la entiende en el sentido de no arbitrario, ni dependiente del sujeto, una objetividad que no es producto de la aplicación de un método objetivo sino que es un elemento constituyente de la realidad misma solo alcanzable tras la superación del dualismo subjetivo/objetivo.
  13. “Enfocamos desde el comienzo los síntomas con la idea de que son desórdenes y que deberían desaparecer. Se supone que el paciente ha de perder, por ejemplo, su miedo del otro sexo. Damos prioridad al estado “normal” o “saludable” al cual se aspira y vemos los síntomas como algo que efectivamente no debiera ser, al menos “ya no más”. Lo que aquí se requiere es un cambio de acento. Mirando más de cerca, es un escándalo si un analista se refiere a sí mismo como un defensor de la “realidad”. Esto sería como si un biólogo se comprendiera a sí mismo como un defensor de la industria. El biólogo obviamente debe defender los reinos animales y vegetales y buscar un sitio donde los animales puedan ser cuando la civilización moderna tiende a desplazarlos. Del mismo modo, el psicoterapeuta debe ponerse del lado de los impulsos del alma, aún si son “arcaicos” y patológicos. Así como no es cuestión de domesticar todos los animales salvajes, así no puede ser el primer interés de un terapeuta transformar los impulsos arcaicos y patológicos del alma mediante el desarrollo en los así-llamados-saludables y humanos. Indudablemente, la psicoterapia tiene la tarea de cambiar algo. Pero en el espíritu del necesario cambio de acento no debiera preguntar, por ejemplo, como quitar el miedo del otro sexo, sino adónde pertenece. Debe cuidar este miedo, atenderlo y hallar un sitio para él donde se le permita ser. Pues este miedo está perfectamente bien, en tanto y en cuanto la sexualidad es un misterio, y los misterios pueden legítimamente ser acompañados por el miedo. El mal no está en el miedo mismo, sino más bien que nosotros, en nuestra ignorancia psicológica, no sabemos de un lugar donde este miedo pueda experimentarse auténticamente. Tengamos en mente que en los rituales de los primitivos el miedo y el horror se inducían especialmente. Pero por supuesto, los primitivos conocen adónde pertenece en cada caso el miedo, en el dominio de qué dios o demonio, y por ello no necesitan, como nosotros, ubicar neuróticamente aquello temido en los inofensivos seres humanos y colocar la carga de las demandas arquetipales y los poderes que sólo los dios pueden llevar sobre la propia madre, por ejemplo, o sobre las mujeres en general.”  Giegerich, W. (1978). El Presente como Dimensión del Alma. El ‘Conflicto Actual’ y la Psicología Arquetipal
    (Publicado originalmente en 1978 como “Die Gegenwart als Dimension der Seele – Aktualkonflikt und archetypische Psychotherapie” en Analytic Psychology 9 (1978), pp. 99-110, e incluido en Collected English Papers, vol. I: The Neurosis of Psychology. Primary Papers towards a Critical Psychology, Spring Journal, 2005)
  14. Giegerich, W. (2007). Technology and the Soul. From The Nuclear Bomb to the World Wide Web. Collected English Paapers, vol 2 Spring Journals
  15. Con esta expresión aludo al hecho de que el pequeño inmortal que vive mayoritariamente nuestras vidas está en constante y obsesivo anticipación del futuro. Eternamente preocupado por el que pasará mañana – o dentro de un mes o diez años- vive una perpetua necesidad de cálculo y control del presente para prevenir un futuro temido.

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