Cuando el alma se cansa de oir cada día las mismas noticias, como si fueran letanías, el monótono recital de una estupidez humana que no aprende, que no percibe las consecuencias de sus acciones, que, inquieta hasta la médula, parece que sólo busca acrecentarse hasta acabar con todo. Inmigración ilegal, bombas, incendios, robos, usura y desastre ecológico.
Cuando el alma se cansa de habitar un mundo desalmado, desconcertado, en un orden social caótico, en un espacio donde la tecnología y la codicia le quitaron el sitio, le secuestraron su función. No hay lugar para la contemplación, para la apreciación incondicional, para la aceptación ecuánime del prójimo. No hay lugar para el gesto generoso, para la acción desinteresada, para la actitud cándida, sin segundas intenciones.
Políticos, empresarios, faranduleros y espectadores todos presa de una hipnosis colectiva y mortal que borra el recuerdo de nuestra grandeza, de la sacralidad de la Naturaleza, de esa vastedad del Universo que nos devuelve la verdadera medida de nuestra importancia.
Bendito cansancio que invita a la no acción, al silencio para compensar tanta acción ciega, tanto ruido inútil, tanto discurso estéril, a la depresión para evitar la fuga maníaca a la que el orden social nos empuja, el optimismo ingenuo en una ciencia y tecnología secuestradas por los de siempre que sólo buscan, lo de siempre, más y más y más…
Cardiopatías, obesidades, stress, diabetes, adicciones, y las infinitas psicopatologías, hablan del mismo error esencial, no atendemos el misterio de nuestro ser y el del ser del mundo, ni aún cuando creemos honrar a los dioses, en sus altares, atinamos ya que casi siempre lo hacemos bajo el motivo egoísta de la salvación personal.