Después de una noche aciaga, en que los sueños se han visto boicoteados por el miedo a la parálisis, por pensamientos compulsivos que la bestia sirve como desayuno, pues nos quiere de preocupaciones y angustias sin fin, así engordamos todos de auto-absorción. Surge la brillante idea… de nada demasiado, recopilar mis palabras vertidas en un sinfín de mensajes y darles una coherencia libresca, una estructura políglota en que hablar de todo un poco equivalga a salirse airado de la prueba, a seducir al lector de que la única vía es la máxima griega: hablar de todo un poco y de nada demasiado.
No hay escuelas ni doctrinas que puedan con ello, no hay descubrimiento ni rudo pensamiento que pueda dar cuentas de la inmensidad que nos rodea, sólo las leyes matemáticas y los impecables teoremas geométricos permiten vislumbrar un atisbo del poder oculto a la mirada.
No sirven las maquinaciones humanas, ni las aventuras del saber, apenas podemos otear unas migajas del misterio que nos funda y que inunda todos los resquicios de nuestra efímera vida. Buscamos eterna y compulsivamente las causas del infortunio, las leyes del éxito, creemos que cuando seamos capaces de predecir el futuro estaremos mejor, diseñaremos el modelo perfecto de ser humano y buscaremos aplicarlo en las políticas de población, tanto como en los cálculos imaginarios de los futuros padres, “quiero un hijo guapo, fuerte, sano e inteligente, quiero una mirada de ojos azules y una nariz de talla aguileña, que no sufra enfermedad, que sea inmortal, perfecto, en una palabra, que coseche todos los éxitos y que la vida le sonría eternamente, que no conozca el mal y que sepa amar con compasión”.
Esta el la fantasía, quizás el delirio, de la modernidad, una humanidad endiosada, el destino vencido, la eternidad a un palmo de distancia, las máquinas hacen todo, el mundo se ha doblegado a nuestros pies, el universo entero rinde pleitesía.