El individuo hipermoderno ya no confía en el futuro, confianza que ha sido hasta ahora uno de los pilares del iluminismo, la modernidad y la fe ciega en la ciencia y en la técnica. Las sombras y la ansiedad que producen las actuales perspectivas podría muy bien hacer estallar el fundamento esencial de nuestro orden social: el dinero. A colación unas ideas de Massimo Fini (1) que ilustran esta toma de conciencia sobre la sombra del dinero:
«…el dinero se liga al tiempo, y a ese tiempo particular que es el futuro. La confianza en el dinero es la confianza en el futuro. Este enganche con el futuro es lo que le da al dinero su devastante capacidad de atracción y de acción..»
“Y debido a que el dinero no existe, es una creencia, una fe, una ilusión, puede desaparecer en poquísimos días. Los más grandes deudores son los empresarios porque saben que el dinero no existe. Es una idea en la cabeza. La posesión del dinero da una satisfacción plena, pura, justamente porque es abstracta, impersonal y se adecua completamente a nuestra imaginación, no opone resistencia, por eso es una bolsa vacía»
«La capacidad del dinero de crecer como un tumor en el cuerpo que le ha dado vida hasta invadirlo completamente, sofocarlo y destruirlo, deriva de su naturaleza tautológica (evidente en el mecanismo financiero: en el dinero que compra dinero. El entero sistema financiero y crediticio debe autoalimentarse para no colapsar), de su actitud a autoalimentarse, transformándose así en un fin, un fin último, un fin que no tiene otros fines más allá de si mismo. Y dado que el dinero es una bolsa vacía, una pura nada, su fin no tiene jamás fin, se pone en un futuro inalcanzable, arrastrando consigo, en esta carrera hacia la nada, al ser humano… El dinero por su intima necesidad, debe crecer indefinidamente. Por lo cual como el mecanismo financiero tiene necesidad de simular una producción que en realidad no existe, porque no hace otra cosa que producir más dinero, y de inflar continuamente la simulación, así como aquella industrial tiene que producir por producir»
«El día del big bang no está lejos. El dinero, en su extrema esencia, es futuro, representación del futuro, apuesta sobre el futuro, relanzamiento inagotable sobre el futuro, simulación del futuro a uso del presente. Si el futuro no es eterno y tiene una finitud, a la velocidad a la cual estamos andando, gracias al dinero, lo estamos vertiginosamente acortando. Estamos corriendo hacia nuestra muerte, como especie. Y si el futuro es infinito e ilimitado lo hemos hipotecado hasta regiones temporales tan lejanas sideralmente que lo vuelven, de hecho inexistente. La impresión es que, por cuanto veloz se vaya, y justamente por esa razón,este futuro orgiástico se encuentre constantemente delante de nosotros. O, tal vez, en un movimiento circular, nietszchiano, einsteiniano, muy propio del dinero, nos está llegando por detrás, lleno del inmenso endeudamiento del cual lo hemos llenado. Si como pensamos, el futuro es un tiempo inexistente, un parto de nuestra mente como lo es el dinero, entonces hemos apuntado nuestra existencia sobre algo que no existe, sobre la Nada.
De todos modos,este futuro, real o imaginario que sea,dilatado a dimensiones monstruosas por nuestra fantasía y locura, un día caerá arriba nuestro como dramático presente. Aquél día, el dinero, no existirá más. Porque no tendremos más futuro, ni siquiera para imaginar. Nos lo habremos devorado.»
Con la moda se entroniza lo efímero, un movimiento incesante e hipnótico de objetos y sujetos que aparecen y desaparecen casi instantáneamente. Lo nuevo, la novedad es la única consigna, aquello que subyuga y conduce a la máquina deseante del imaginario colectivo, “todo lo nuevo es bello”. La satisfacción inmediata de las necesidades y deseos y la expansión ilimitada del individuo hedonista y del individualismo son la norma y el norte. Hay una “crisis de futuro” (Lipovetsky) (2), una falta de ser que se busca rellenar con la obsesión por la salud y la eterna juventud. El tiempo se acelera, mejor, desaparece, es la era de la prisa, de las agendas repletas, “no tengo tiempo” es la queja más frecuente, incluso el tiempo libre, de ocio se satura en ocupaciones compulsivas, viajes de placer, ejércitos de turistas veraneantes buscando las sensaciones de estar vivo que no hallan en su vida cotidiana, y una marea incesante de síntomas psicosomáticos nos invade, bulimias, anorexias, depresiones, adicciones.
Un sentimiento apocalíptico está impregnando la conciencia colectiva, primero ocurrió en los sectores más lúcidos (ecología, movimientos de protesta, etc.), luego alcanzó a los científicos menos comprometidos con el establishment, para gradualmente imponerse en los medios de comunicación y con ello a todo el mundo.
Nuestra cultura niega, como ninguna otra, la muerte. Individual y colectivamente vivimos en medio de un torbellino de actitudes, ideas, preocupaciones, temores y valores cuyo común denominador es la fijación obsesiva en asegurarnos un futuro en el que la muerte no está presente, pero lo está, reconocida o no, hoy se impone de un modo abrumador. El desastre ecológico es su marca y cuño indeleble. La extinción de especies, la desaparición y tala de los bosques no deja dudas. La muerte se impone a nuestras conciencias de un modo imponente y literal.
Cada vez que un atentado terrorista interrumpe nuestro sueño democrático, cada vez que la noticia de un nuevo desastre ecológico nos asalta en la comodidad de la pantalla televisiva, nos reafirma el impulso suicida del que nuestra civilización es presa.
En el campo de la psicología profunda, la asimismo revolucionaria propuesta de James Hillman: recuperar al Anima Mundi, el cosmos neoplatónico, esa idea e imagen de un mundo vivo, unido y consciente, sientan un hermoso precedente de que la esperanza no muere. Incluso en medio del desierto espiritual y anímico ya augurado desde principios del siglo XX por Nietzsche, parece sugerir la continuidad de la posibilidad del cambio, de la toma de conciencia que alcance la masa crítica necesaria para propiciar la auténtica revolución, aquella que libere al ser humano de las brumas de la ignorancia y le devuelva su dignidad de ser humano racional, consciente y éticamente orientado.
Auguro, a nivel colectivo, un futuro gris como el plomo. Crisis políticas sin precedentes en las que se revelan los tremendos agujeros de los regímenes políticos (occidentales o no) en que se patentizan sus corrupciones y bagatelas. Crisis del poder político y de la democracia representativa que transparenta su dependencia de las oligarquías financieras. Incremento y ascenso de movimientos de cuño fascistoide que propugnarán un retorno a la Tradición y a la mano dura.
Las formas de gobierno se convulsionan, los regímenes democráticos y totalitarios sienten temblar sus fundamentos. Asimismo un resurgir de la militancia política, del interés social en analizar los problemas desde un ángulo más colectivo. Cabe un retorno de los conflictos, crisis y guerras en el que los nacionalismos exacerbados por las posibles deficiencias y carencias de elementos básicos de la vida (agua, comida, etc.) instauren una nueva lógica egoísta y violenta.
El aumento de la precariedad laboral y los cambios que vienen a mano del desarrollo tecnológico, entre otros factores, conducen a un replanteo de la misma noción de trabajo, profesión y vida laboral , realidades que desde la modernidad ha organizado las relaciones sociales funcionando como un mecanismo estructurador tanto de la vertiente social como personal de los individuos (estatus laboral, identidad social, sentido de pertenencia y de participación, etc,). A nivel individual, crisis vocacionales en aumento, los sueños de éxito profesional se intensifican y a la vez se derrumban, las ambiciones se quedan huérfanas, y como riqueza oculta una llamada a la auténtica vocación: servir a la comunidad de seres vivientes.
Notas
(1) Información recibida en un comunicado personal.
(2) Gilles Lipovetsky,(2004). Los tiempos hipermodernos, Anagrama, Barcelona.