¿Qué esperamos de la vida? He de escribir sin más, de acuerdo a esta pregunta que está en la base de tantas indagaciones, tantas esperanzas, alimentado secretamente a un ego escondido tras la fachada de grandiosidad de sus propias metas. Un guerrero impecable, ser consciente de tus potenciales, una actitud crítica e implacable frente a lo vivido como mediocre, mientras tras lo mediocre se oculta la pura vida, sin más etiqueta, ni valores, un flujo de experiencias que se presentan y se van, un caos obsesivamente ordenado por una mente ávida y adicta al control.
¿Qué esperamos de la trascendencia sin en la espera se nos va la vida? Esta vida que se escurre a borbotones tras el mando de la tele en las incontables horas en las que los sentidos languidecen, y se aletargan huyendo de la noche.
Un paseo tras el éxtasis de la percepción mágica, un torcer a voluntad los muros de la prisión, olvidando que éstos encierran el rumor del infinito. Todo está aquí, en un orden extraño e inhumano, aunque nos pese, aunque empeñemos lo mejor de nuestros esfuerzos en tratar de desmenuzarlo.
La vida es una amarga experiencia que se destila al paso de los años, deja un poso de calma que no es sino el anticipo de la recta final, aquella que sólo los santos, los locos y los guerreros se atreven a desafiar. Voy a morir como todos, envuelto en un halo de olvido, de un anonimato anunciado hace milenios en boca del escéptico: “pronto habrás olvidado todo, pronto te habrán olvidado todos”. Aunque el sabor amargo no es para nada detestable, resulta bueno para el hígado, calma el furor de vivir, esta ansia incesante de nuevas experiencias y sensaciones, como si no fuera bastante con lo vivido, como si mediante esa búsqueda de presencias significativas, el personaje importante, el instante intenso, la experiencia sin igual, como sin con todo ello, la vida cambiara de sabor, de agrio a dulce de amargo a sabroso y no es así. Acaso sólo por un instante, aunque dicho instantes se intente alargar hasta el infinito.
Una vida con sentido, plena y pletórica de experiencias es mejor que una experiencia insulsa, la propia de las masas anónimas. Todos queremos escapar de ella, todos queremos hallas la Tierra Prometida, algunos le ponen un feroz empeño en conseguirlo, amasan dinero y poder con la secreta esperanza de conseguirlo, sentirse conectado, estar en onda, cambiar de canal, escuchar solo tus favoritos, piezas intercambiables de un rompecabezas interminable. Una vida como Dios manda, prosperidad y buena fortuna combinada con apaños, trampas y cartones allí donde no alcanza.
No, la vida no está en el sistema, tampoco en una Atlántida imaginada, la vida está en ese instante fugaz, que se presenta y representa el encuentro inevitable-
Filosofías de acero, grandes pensamientos, hombres de alcatraz que amainan la tempestad con ideas de altura y profundidad, fáciles de escuchar, imposibles de asir con el corazón partido por la soledad del existir. El discurso altanero, la mirada ávida e intensa, la voz ronca del desgaste de los siglos, una idea de bien, un orden moral intachable, una exigencia portuaria que trae sinsabores y desazón sin fin de allende las fronteras de la sencillez.