Dirección: Tanya Wexler (2011).
Guión: Stephen y Jonah Lisa Dyer
Casting: Maggie Gyllenhaal (Charlotte), Hugh Dancy (Dr. Mortimer Granville), Jonathan Pryce (Doctor Dalrymple), Rupert Everett (Edmund) y Ashley Jensen (Fannie).
Una comedia de época con tintes dramáticos excelente, rebosante de ironía británica y picante por el tratamiento que su directora da al tema: el placer de las mujeres. Tema tabú como pocos en la época victoriana que enmarca a la película, Londres 1880. Un tabú cuya expresión y vehículo era la “fabricación” por parte de la clase médica de un discurso “científico” que mediante el diagnóstico de histeria, ejercitaba unas prácticas de poder y control enmascaradas bajo la pretendida dignidad y objetividad de los fines terapéuticos y de la moral social.
Hoy hemos superado, o eso creemos, tales maniobras en lo que se relaciona al derecho de las mujeres de experimentar su propio cuerpo y descubrir libremente su placer, aunque lo cierto es que una parte importante de la actividad de control social aún sigue siendo objetivo esencial aunque encubierto de muchas de las procedimientos y prácticas de la clase médica y psicológica. Se responde a los fenómenos sociales y personales mediante la personalización del conflicto (la causa, sea biológica, social o psicológica, está en el individuo) y su tratamiento por fármacos o terapias psicológicas (asimismo personalizado). Esta personalización opera mediante una descontextualización, el trasfondo sociocultural queda al margen y el marco institucional, económico queda al margen.
En esta película y este es uno de sus mayores aciertos, la trama queda altamente enriquecida al introducir la tensión cuestionadora del orden social en manos de Charlotte, una activista luchadora por loa igualdad que instintivamente rechaza el diagnóstico de histeria por el que su padre, doctor Robert Dalrymple, un célebre médico del establishment especialista en histeria femenina, mantiene una próspera consulta a la que acuden miles de mujeres insatisfechas con sus relaciones y su rol social.
La interacción de ésta y un joven médico, Mortimer Granville, que de una inicial posición conservadora acaba alienándose con las ideas revolucionarias de ella, tienen como virtud la azarosa invención de un aparato, el vibrador, que no sólo les enriqueció sino que supuso en aquel momento para muchas mujeres una liberación radical de los corsés represores victorianos.
Y para los que nos dedicamos a la profesión terapéutica, toda una reflexión acerca de las prácticas controladoras y de ejercicio del poder implícitas en nuestra profesión. La obsesión diagnosticadora siempre acaba resultando sospechosa de un cerrar los ojos a la particularidad de cada caso, de cada ser humano y de cada situación en la que vive. Situación que si se le permite desplegarse en toda su magnitud siempre acaba conduciéndonos a una examen y cuestionamiento que partiendo del individuo alcanza lo más hondo de nuestro ser-en-el-mundo, fruto de e inserto en, una cultura y época histórica determinada.