Las ideologías como fenómeno socio-cultural y político relevante emergen junto con la modernidad. Es cierto que siempre han existido disidencias, juegos y maniobras de poder y pensamientos divergentes, pero su articulación en una posición colectiva que aglutina a un colectivo y se auto-organiza con el fin de cumplir su programa alcanza relevancia y presencia significativa sólo después de la “muerte de Dios” proclamada por Nietzsche como un fenómeno que va de la mano del nihilismo, la pérdida de los valores supremos y el “desierto” que conlleva.
De hecho el siglo XX es el de las ideologías por antonomasia. Socialismo, fascismo, comunismo, anarquismo, liberalismo, etc., y sus promesas de “paraísos artificiales”, brotan con fuerza en el escenarios socio-político donde también surge una epidemia, la neurosis que hasta hoy infecta la vida de millones de individuos y se articula en la lógica institucional de gran parte de los órganos de control y gobierno contemporáneos.
La neurosis consiste en una disociación de la conciencia entre un contenido consciente y/o explícito (el discurso oficial) y una contraparte inconsciente y/o implícita (lo no dicho) que están en contradicción (mi mano derecha no sabe lo que hace mi mano izquierda), en su aspecto formal, la neurosis implica la entronización de una mentira que se presenta como verdad absoluta, tal mentira se impone a la conciencia compulsivamente, de tal manera que resulta irresistible. Su resultado es un sufrimiento atroz estéril que condena a sus víctimas a vivir en círculos viciosos resultado de los síntomas neuróticos y los vanos intentos de suprimirlos.
Neurosis e ideologías constituyen fracasados intentos de colmar el vacío existencial y cultural y presentan en su estructura la misma lógica, una ausencia de verdad disfrazada de la importancia absoluta con la que se presentan tanto las ideas a defender compulsivamente desde el credo ideológico, como los síntomas que se sufre, asimismo compulsivamente, el neurótico.
Hoy estamos ante una nueva fase, la postmodernidad, y la sociedad mediática y tecnológica que está transformando el panorama total de la existencia, e implica, según Giegerich, la transformación de la constitución lógica de la consciencia, es decir, la transformación de la misma idea de Verdad y Realidad en sí mismas.
Culmina en tal fase de post-verdad, la liquidación absoluta y sistemática de los valores del humanismo y la irrelevantificación de las ideas nucleares que han fundamentado en la modernidad nuestro ser-en-el-mundo: sujeto, identidad, derechos humanos, etc.
Todo ello da paso a un mundo en que el desarraigo, la impermanencia (el hombre ausente) y la migración (económica o turística) son lo efectos colaterales de unos procesos globales y abstractos que determinan casi todos los aspectos de la vida individual y colectiva.
Las ideologías en este nuevo contexto están obsoletas, si aún parece que se mantienen tiene que ver más cono comparsas secundarios de la vida colectiva, y como “alimento” de la crónica escandalosa de la corte que a modo de serie televisiva, nos regalan cotidianamente el sistema mediático cuya lógica es la de que no importa el contenido sólo el flujo permanente de imágenes, y cuyo único lema que comparte con la economía es el de “máximo beneficio con el mínimo esfuerzo”.