Extraído de: El nacimiento de una contracultura de T. Roszak
Epílogo a la indagación filosófica de Herbert Marcuse sobre Freud, adaptado libremente de la fábula de Chuang-tsu.
Había una vez una sociedad de ranas que vivían en el fondo de un profundo y oscuro pozo, desde el cual no se podía ver absolutamente nada del mundo exterior. Las ranas eran gobernadas por una despótica Gran Rana, muy camorrista, que, con argumentos más bien dudosos, afirmaba ser propietaria del pozo y de todo lo que se arrastraba o se movía dentro de él. La Gran Rana,nunca movía un dedo para alimentarse o guardarse, sino que vivía gracias a las labores de las pobres ranas con las que compartía el pozo. Estas desgraciadas criaturas se pasaban todas las horas de sus lóbregos días y muchas de sus lóbregas noches, yendo de un lado a otro por entre el agua y el barro para buscar las larvas e insectos que tanto gustaban a la Gran Rana.
Pero sucedía que, de vez en cuando, una extravagante alondra se metía revoloteando dentro del pozo (sólo Dios sabe por qué razón) y cantaba a las ranas todas las cosas maravillosas que había visto en sus viajes por el inmenso mundo de fuera: el sol. y la luna y las estrellas, montañas que buscaban el cielo y fértiles valles y agitados mares y que valía la pena que se aventuraran por el espacio sin límites que había encima de ellas.
Siempre que la alondra venía de visita, la Gran Rana instruía a las ranas pobres para que escucharan atentamente todo lo que el pájaro dijese. «Os está hablando -explicaba la Gran Rana- de la tierra feliz que espera como recompensa a todas las ranas cuando terminen esta vida de pruebas.» No obstante, la Gran Rana (que, dicho sea de paso, era medio sorda y nunca estaba segura de lo que había dicho la alondra), pensaba en secreto que aquel extraño pájaro estaba completamente loco.
Es posible que las ranas pobres alguna vez tuviesen la impresión de que la Gran Rana las engañaba. Pero lo cierto es que con el tiempo, habían llegado a adoptar una actitud cínica para con las historias que les contaba la alondra, convenciéndose después de que el pájaro estaba loco de remate. Además, algunas ranas librepensadoras que vivían en el pozo (aunque es imposible explicar de dónde vinieron estas librepensadoras) convencieron a las demás de que la Gran Rana utilizaba la alondra para consolarlas y distraerlas con cuentos sobre las delicias que encontrarían en el cielo cuando muriesen. «¡Eso es mentira!», croaban las pobres ranas con rabia y amargura.
Pero entre las pobres ranas había una rana filósofo que había inventado una nueva e interesante idea sobre la alondra. «Lo que dice el pájaro no es exactamente mentira -sugería la filósofo-. Tampoco es una locura. Lo que en realidad nos dice la alondra de esa manera tan extraña es el hermoso lugar que podríamos hacer de este infeliz pozo en que vivimos con sólo que nos lo propongamos verdaderamente. Cuando la alondra nos canta el sol y la luna, significa las maravillosas formas nuevas de iluminación que podríamos introducir aquí para desterrar la oscuridad en que vivimos. Cuando canta los cielos, anchos y aireados, significa la saludable ventilación que podríamos gozar en lugar de los aires fétidos y corrompidos a que nos hemos acostumbrado. Cuando canta la embriaguez de su vuelo vertiginoso, significa las delicias de los sentidos liberados que todas nosotras podríamos conocer si no nos viésemos obligadas a consumir nuestras vidas en este afanamiento opresivo. Y, sobre todo, cuando canta al remontarse libremente entre las estrellas significa la libertad que tendremos cuando nos quitemos para siempre de encima de nuestras espaldas a la Gran Rana. Ya veis, no es cosa de reírse del pájaro este. Tendríamos que agradecerle el habernos brindado una inspiración que puede emanciparnos de nuestra desesperación.»
Gracias a la rana filósofo, las ranas pobres le tomaron un gran cariño a la alondra. De hecho, cuando, por fin, se produjo la revolución (pues las revoluciones se producen siempre), las ranas pobres inscribieron la imagen de la alondra en sus banderas y marcharon a las barricadas croando lo mejor que sabían para imitar en lo posible los tonos líricos de la alondra. Una vez derrocada la Gran Rana, el pozo, oscuro y húmedo en otro tiempo, aparecía magníficamente iluminado y ventilado, convertido en estupendo lugar para vivir. Además, las ranas pudieron experimentar nuevos y gratificadores ocios llenos de exquisitas delicias para los sentidos, tal como había previsto la rana filósofo.
Pero la extravagante alondra todavía seguía visitando el pozo y contando sus historias del sol y la luna y las estrellas, las montañas y los valles y los mares, y las grandes aventuras que había vivido.
«Quizá, mirándolo bien -conjeturaba la rana filósofo- este pájaro está realmente loco. Además, ya no necesitamos sus misteriosas canciones. Sea lo que fuere, empieza a ser aburrido el tener que escuchar fantasías cuando las fantasías ya han perdido su revelancia social.»
Así que, cierto día, las ranas consiguieron capturar la alondra y una vez hecho esto, la disecaron y la colocaron en museo cívico recientemente construido (entrada libre).., en un lugar de honor.(p. 135).