La cocina del alma o la transformación del síntoma

La psicología contemporánea ha recuperado el antiguo lenguaje e ideas de los alquimistas bajo la premisa de que la obra alquímica, la transmutación del plomo en oro, se refiere más bien a un proceso psicológico que a un asunto literal en el que el metal físico cambia sus propiedades físico-químicas para convertirse en otra cosa. Uno de sus lemas, aurum nostrum non est aurum vulgui (nuestro oro no es el oro vulgar) refleja que su preocupación o búsqueda no era la que creen muchos. Otra extraña afirmación lithos ou lithos (la piedra que no es una piedra) remite a que la mirada de los alquimistas no estaba, como hoy ocurre, condicionada por el positivismo imperante cuyo dogma impide ver otra cosa que lo sensiblemente evidente y perceptible bajo el dictado de los hechos contrastables y verificables según sus propios postulados (literalismo, naturalismo, materialismo, concretismo, personalismo).

Jung, en su obra Psicología y Alquimia, fue, en el siglo pasado, el primero que presentó esta idea. Vio en los metales del alquimista una metáfora de las emociones y los sentimientos y en la opus alquímica, transformar el vil metal en oro, un proceso que presentaba un paralelismo significativo respecto al proceso de individuación. El autor halló en los viejos textos alquimistas las imágenes que también se daban en los sueños y las fantasías y delirios de sus pacientes. El interés por esta disciplina fue aumentando hasta final de su carrera que culminó con sus escritosEstudios Alquímicos y Mysterium Coniunctionis.

Después de Jung, muchos de sus continuadores siguieron investigando en el tema y especialmente Hillman y Giegerich nos han aportado avances significativos que se traducen en una mejor comprensión de la experiencia humana y de los fenómenos que ocurren en un proceso terapéutico.

Los alquimistas era pues unos exploradores de la consciencia y sus hallazgos aún hoy pueden inspirarnos y facilitar una mejor comprensión de los procesos y experiencias que bajo la apariencia de la irracionalidad se nos presentan en la vida en forma de síntomas y crisis psicológicas.

La obscura terminología de la alquimia habla de un punto de partida de la Opus Magna (el trabajo de transformación alquímico) que consiste en hallar la materia prima (prima materia) la cual está compuesta de tres principios básicos (sal, azufre y mercurio) que tienen su escoria y su lepra como impurezas y coagulaciones que han de ser purificados, aluden a las  fases de la obra con conceptos extraños (nigredo, albedo, rubedo, etc.), operaciones alquímicas (calcinatio, solutio, coagulatio, sublimatio, putrefactio, destilatio, mortificatio, separatio, coniunctio) que nada tienen que ver con las de la química actual .   Sus textos presentan imágenes bizarras, y sumamente contradictorias, hablan de la massa confussa y resultados y metas de la obra como la obtención del oro, la piedra filosofal (lapis), la quintaesencia, el elixir de la vida o la panacea universal.

Un lenguaje florido e imaginativo  que busca expresar los profundos pensamientos en los que el alquimista encerrado en su laboratorio y frente a su retorta alquímica o vaso hermético, se concentra (ora et labora) dando lugar a las operaciones que, Deo concedente, le llevarán a una experiencia de purificación que alcanza a los metales y a su propia alma.

La alquimia como el proceso terapéutico, es la cocina del alma, en la que los hechos literales de la vida de uno se descomponen y revelan su esencia anímica. Una esencia en la que lo personal y lo impersonal se revelan en su originaria unidad. El alquimista no habla de sus problemas personales porque éstos son los del mundo. Mi problema y el problema del mundo, no van por caminos separados, mi problema, tú problema, nuestro problema es al mismo tiempo el problema del mundo, del alma (no la mía o la tuya sino el alma de nadie y de todos al mismo tiempo) (1). Mi codicia personal es la codicia de una civilización sedienta de petróleo que está esquilmando el planeta.  Un planeta cuyas minas de sal y azufre corresponden a las minas que habitan en el alma.  La perspectiva alquímica como la terapéutica nos invitan a superar o abandonar las falsas dualidades, interior/exterior, personal/colectivo para poder así vislumbrar los paisajes del alma (no mi alma o la tuya) que contienen minas sobre explotadas que sólo ofrecen metales impuros y vetas por descubrir.

Así pues el arte alquímico consiste en transformar los hechos exteriores en alma, los sentimientos y emociones personalistas en verdades impersonales, es decir, no arbitrarias, ni subjetivas. No se trata más de opiniones o convicciones que se tienen sino verdades que se encarnan en la vida, cambian la mirada y se concretan en una nueva actitud. 

La prima materia

La materia prima, necesaria para el inicio de la obra, se decía que estaba en todas partes, percibirla implica ir en contra del movimiento natural que toma los hechos como hechos, para introducirlos en la vasija hermética y torturarlos, quemarlos, disolverlos hasta que se transforman en verdades del alma. El alma está en los hechos y los hechos están en el alma. El material ha de ser sometido a procesos que no son míos, ni están bajo mi control. La vasija está en el alma y la materia prima, que recibe mil nombres  (azufre, metal, excrementos, la cosa más vulgar, materia tan elusiva que se muestra y que se oculta, que se dice y no se dice), la materia está ahí donde no somos capaces de ver más allá de los hechos y está en las convicciones que no se someten a un proceso crítico. La prima materia está en los hechos y en las convicciones, en el “esto es así”. Está donde no atendemos y lo que no atendemos anímicamente (pues lo consideramos hechos exteriores) es lo que nos tiene cogidos.

En los textos alquimistas hallamos muchas veces afirmaciones sorprendentes (2):

“La materia de los filósofos (la piedra filosofal) se encuentra en nosotros mismos, todos la poseemos indiferentemente, desde el mendigo hasta el rey y si nuestros ingeniosos químicos pudieran encontrar un proceso para extraerla su obra sería bien pagada, pero no podemos extraer la materia secreta de la piedra fuera de nosotros por ningún medio común.

«Esta materia yace frente a nuestros ojos; cualquiera puede verla, tocarla, desearla, pero no la conocen. Es gloriosa y vil, preciosa y sin valor alguno, y se encuentra en todas partes… Para ser breve, nuestra materia tiene tantos nombres como cosas hay en el mundo; es por esto que los locos no la conocen” (3).

Un modo muy frecuente con la que nos sale al paso la materia prima lo constituyen los síntomas y los problemas de relación. Sobretodo aquellas relaciones en las que el problema o los problemas fuerzan a los miembros a una experiencia de bloqueo frustrante en el que se padecen los mismos conflictos una y otra vez acompañados de una sensación de ira, dolor, confusión e impotencia por no saber ni resolverlos ni poder seguir adelante con la relación. Con los síntomas ocurre algo parecido, encierran a la persona en una situación no querida que se vive con angustia e impotencia. Este sentirse encerrado en, o dominado por (una relación, un síntoma, una situación) es el equivalente, en lenguaje alquímico, de la operación de introducir en la vasija hermética, el athanor, los componentes llenos de impurezas (lepras y costras) que han de ser torturados, calcinados, corrompidos y disueltos hasta extraer su quintaesencia,  el mercurio enterrado en la materia. 

Calcinatio

“Los cuerpos no pueden ser cambiados sino es por reducción a su materia prima

Este procedimiento refleja lo que ocurre en la terapia donde los aspectos rígidos, solidificados y estáticos de la personalidad  han de ser reducidos a su forma originaria e indiferenciada como fase necesaria del proceso de transformación. Muchas veces los sueños en los que aparecen niños o bebés son indicativos de esta necesidad de regresar a la condición de flexibilidad, inocencia y no saber propio de la niñez. Los aspectos desarrollados, sólidos, establecidos y fijos de la personalidad no permiten el cambio, especialmente estas actitudes, valores y creencias que uno está absolutamente convencido de su validez y verdad.

En términos terapéuticos esto se traduce en que el material a trabajar en la terapia está en cualquier parte de la vida o la experiencia cotidiana de la persona, sus relaciones, sus humores, sus reacciones, sus preocupaciones, sus estados de ánimo, sus ideas, creencias, etc. Y sobretodo la hallamos en estos aspectos de la personalidad que uno suele rechazar, esconder frente al mundo y frente a si mismo, lo que los junguianos denominan la propia sombra.

«Coge un lobo gris, el cual se encuentra en los valles y montañas del mundo, donde vaga salvaje, hambriento y devorando todo. Ofrécele el cuerpo del Rey, y cuando lo haya devorado, quema al lobo en un gran fuego hasta reducirlo a cenizas. Cuando hayas hecho este proceso tres veces el león habrá vencido al lobo y ya no devorará más.» (4).

Psicológicamente el proceso de regnicidio corresponde a las experiencias  de muerte de algún principio rector de la personalidad o la vida del sujeto. Suele ser el principio, idea o valor con los que el ego de la persona estaba más identificado. Esto se vive como una tortura (mortificatio) con elevado nivel de angustia y viene acompañado de una disolución de la estructura de la personalidad que se suele experimentar como un empeoramiento del estado anímico. En este momento algunos pacientes se quejan de que la terapia no les ayuda, peor aún, creen que les hace sentir peor, proyectando, descargando, así en el proceso terapéutico la responsabilidad que no pueden aún asumir por si mismos. Si a pesar de este “empeoramiento” y las quejas que genera el paciente no sucumbe y sigue en la terapia sucede un cambio de actitud en relación a asumir la tan necesaria responsabilidad por las propias experiencias anímicas puede emerger.

El sueño de una paciente parece confirmarlo. Una mujer joven sumida en un gran sufrimiento debido a una relación sentimental conflictiva de la que no podía ni soportarla ni podía separarse sueña:

“Una jaula con dos pájaros, los cojo y los saco de la jaula para liberarlos, después decido ponerlos dentro de nuevo y darles de comer

La paciente tiene este sueño dentro de una serie de sueños en los que con el mismo tema, los pájaros acababan volando y muriéndose, lo que correspondía a las innumerables veces que había intentado acabar con la relación pues no soportaba el agobio de sentirse encerrada en una relación manipuladora que ella atribuía exclusivamente a las actitudes de su pareja.. Después de varias sesiones en las que habíamos estado trabajando la idea de dejar de explicarse sus sentimientos y reacciones como si fueran provocados por la otra parte y empezar a considerar lo que ocurría en ella mientras su pareja le hacía o decía cosas, este sueño marca un cambio de tendencia en su actitud negadora. Acepta la presencia de la jaula una expresión de la necesidad del alma de vivir un encierro en la retorta alquímica de la relación.

En otro texto alquímico se equipara la materia prima a los excrementos, negros como el hollín, que son llamados el Dragón, estas heces han de calcinarse hasta que se convierten en cal, tan blanca como la nieve.

En todos textos textos queda claro que la materia a calcinar, llamada, el lobo voraz, los excrementos negros o el dragón, son los elementos de nuestra sombra, codicia, voracidad, amor posesivo, etc. y el fuego para esta calcinación surge cuando sentimos frustrados los deseos.

Un sueño de otra paciente, que asimismo vivía una relación de naturaleza parecida, respecto a la que ni podía dejarla ni podía conformarla según sus necesidades,  ilustra este proceso de encierro en la vasija hermética y la calcinación, como un arder en ira que volcaba en su pareja.

“Estoy en un lugar elevado y tengo que entrar en un ascensor que empieza a descender, el ascensor es asimismo un lavabo y empiezo a defecar, veo con horror que las paredes son transparentes y siento mucha vergüenza y quiero que el ascensor suba de nuevo.”

Esta descenso del ascensor se vive como el empeoramiento antes mencionado que se expresa muchas veces en quejas de no avance y otras veces hace emerger sentimientos negativos hacia el terapeuta que es el que observa la operación.

La primera operación es encender el fuego alquímico y esto suele suceder como un encenderse la pasión. Surge un deseo ardiente de alcanzar algo, conseguir una persona, alcanzar una meta, etc. y el calentamiento se experimenta como una frustración de los deseos asociados a esta pasión. La otra persona no es la que se creía, o no se comporta como uno cree o necesita, o la situación deseada no se consigue. Uno empieza a arder en frustración, la codicia se intensifica lo que hace intensificar la propia frustración. La persona pone su mejor voluntad en solucionar el problema intentado cambiar a la otra persona o esforzándose aún más en conseguir la meta codiciada, pero la constante frustración de sus deseos eleva la temperatura y con ello los metales impuros, el lobo arrojado en la vasija, son torturados y calcinados hasta convertirse en cal.

El Rey que ha de ser devorado por el lobo voraz, suele representar también el ego inflado de la persona, con su esencial compulsión de poder y la no menor compulsión al victimismo. Se trata o de dominar y controlar o si no quejarse y sentirse indignado por los sufrimientos provocados por los demás.

Este fuego puede ser purificador, como dice Basilio Valentin “Que sepas que esta (calcinatio) es el único modo de purificar nuestra substancia” (5) o, destructor que es cuando la persona a pesar del sufrimiento se aferra a sus compulsiones con lo que se puede prolongar incluso toda una vida. Por esto hay quien sospecha que el fuego eterno no nos espera en la otra vida, más bien el infierno es algo muy real en la presente. Aunque también es verdad lo que clamaba el filósofo “más vale perderse en la pasión que perder la pasión”. Sabemos que la pasión es una de las maneras del alma de someternos a la transformación alquímica. Pasiones que como los metales están llenas de impurezas y costras que han de purificarse pero la pérdida de la pasión que resultar peor. En nuestra nihilista época parece muchas veces predominar  una actitud de seguir  “lo políticamente correcto” y de ajustarse a las propias conveniencias lo que se traduce en innumerables ocasiones en un dar la espalda a la pasión, al deseo. El fuego abrasador no nos alcanza pero se pierde la vida en ello. Muertos en vida a los que a un día gris le sigue otro día gris en el que nunca pasa nada.

Las cenizas resultantes de esta fase del proceso alquímico pueden representar las experiencias de desespero, duelo y arrepentimiento que en si mismas contiene algo muy valiosos pues son sentimientos que abren las puertas al cambio, por eso los alquimistas las describían en bellas imágenes: “Las cenizas son la corona de la victoria, o una diadema en el corazón”, “la ceniza es el cuerpo glorioso incorruptible”.

Las cenizas son alquímicamente equivalentes a la sal un elemento que se expresa como amargura o sabiduría, Jung dice: “Las lágrimas, el dolor, y la decepción son amargos pero la sabiduría es el gran reconfortante de todo sufrimiento psíquico. Verdaderamente la amargura y la sabiduría forman un par de alternativas: donde hay amargura, falta sabiduría y donde hay sabiduría no hay espacio para la amargura...” (6).

La necesaria frustración del deseo o concupiscencia es el rasgo clave del estadio de calcinatio. Primero la substancia debe ser localizada, corresponde a los deseos, compulsiones, expectativas y demandas que implícitamente dominan la situación y que no suelen ser reconocidas como propias, sino más bien siempre son justificadas, adornadas y atribuidas a algún objeto exterior. Este deseo primitivo e indiferenciado que empuja a un “yo quiero” siempre opera bajo la premisa de que uno se merece lo que quiere. Cuando se ve frustrado se transforma en ira. Esta frustración enciende el fuego alquímico. Fuego que abrasada y arde en la fase inicial y que puede convertirse en el fuego del cielo, el fuego del conocimiento que ilumina y entonces deja de quemar, es un fuego de luz y no de llama. 

Resulta difícil aceptar la oscuridad y negrura del rey, tener que darse cuenta que tras los ideales y pretensiones nobles y heroicas hay deseos infantiles, es la fase de la nigredo, difícil en todo proceso terapéutico, que es la condición previa de toda obra, sin calcinación no hay alquimia, es el encuentro con la fuerza de la emoción, que vive como nosotros como voracidad y compulsión irreconocida (reclamos, exigencias, demandas, pretensiones, codicia, es aquel “quiero vivir esto, me lo merezco, voy a ir a por ello cueste lo que cueste”). Los ardores estomacales, úlceras, urticarias, comezón, escozor, son muchas veces ardores del fuego negado.

En cambio, como afirma Eskenazi,  “si este fuego es confrontado y sustentado el mismo ardor y dolor puede dar lugar la otro fuego que no quema y da luz, lo que implica que en la emoción torpe y ciega hay un potencial de conocimiento, que solo se adquiere ardiendo, no viene de leer libros, viene de donde te arde y por lo que te arde. Sostenido, el ardor deviene visión, una luz que lo transfigura todo y que solo aspira a la intima unión del deseo y el conocimiento.” (7).

Solutio

Si la calcinatio se produce mediante el fuego, ahora le toca el turno al agua, el disolvente universal. Solve et coagula era una de las expresiones utilizadas por los alquimistas para aludir a estas operaciones anímicas que suponen una disolución de los problemas psicológicos por medio de una experiencia en la que los sentimientos parecen desbordarse, uno es inundado y a la vez desmembrado, por emociones y sentimientos que asimismo presentan el cuño de la retorta alquímica. Uno se siente atrapado en una situación que le puede. Sea un síntoma, una crisis o un bloqueo, en esta operación alquímica todo se reduce a su prima materia mediante la disolución. En los sueños esta fase viene preludiada, o anunciada por imágenes de ríos, riadas, olas, océanos, inundaciones, etc.

Un sueño de un paciente se relaciona con todo ello.

Estoy en los años 70, calles con mucha pendiente, urbanización barata… pero en una ciudad grande… Estoy cerca del cruce con una calle grande en forma de bajada fuerte de sentido único hacia abajo. De repente veo una bajada de agua importante (hasta un metro de altura) que barre muchos coches, algunos con personas dentro. Unos niños se quedan en la esquina mirando sin saber que hacer y desprotegidos. Un periodista filma lo que ocurre. Un camión flotando de bajada casi le barre a él.  Sale lo filmado en una pantalla delante mío (como si fuera una pantalla publicitaria, es decir que tengo la realidad y su retransmisión en directo delante mismo.”

Este sueño marca una fase de la terapia en la que el paciente aún no ha entrado en contacto con sus emociones y sentimientos conflictivos (la riada no le toca) pero ya se anuncia. El problema sólo lo vive en su expresión sintomática (se come las uñas compulsivamente), pero por el resto parece feliz y adaptado a su estilo de vida. El hecho de que la riada salga filmada parece aludir a esta tipo de consciencia televisiva que se ha desarrollado en nuestra época, por la que casi todo queda reducido a experiencias  que se tienen (interesantes, divertidas o aburridas y desagradables) que dejan intacto al sujeto, el cual amparado y escondido tras la pantalla no salta al ruedo de la vida.

Como la misma agua evidencia en sus efectos físicos, la solutio tanto puede representar:

1. Una experiencia de autoaniquilación, autodisolución que puede expresarse sintomáticamente con una caída en la adicción y/o la dependencia emocional. Esta sed que no se colma ni se calma que compela al consumo compulsivo tanto sea de substancias físicas como de situaciones, relaciones o actividades que representan a la vez una huía de la realidad y una búsqueda ilusoria del regreso a las aguas indiferenciadas del vientre materno. Aquel lugar en que desaparece la identidad aislada y uno es absorbido, disuelto por las aguas primordiales. En este sentido cobra relevancia la enigmática afirmación de Heráclito, “Para el alma, es la muerte volverse agua”

Hemos de aclarar que no solo las adicciones referidas a sustancias químicas o físicas, son las que se ponen en juego (prohibidas o permitidas) sino las relacionadas con todo tipo de actividades, situaciones y personas que actúan como objeto de la adicción. En este sentido más amplio hemos de constatar que las adicciones constituyen una enorme epidemia, pues todo tipo de síntoma psicológico puede considerarse como una forma de adicción. todos los síntomas comparten este carácter compulsivo de la adicción, un no poder evitarlo, a pesar de la voluntad y las buenas intenciones. Una adicción se expresa psíquicamente como una necesidad imperiosa, una sed acuciante que se calma momentáneamente para volver a presentarse. El adicto busca ser disuelto en su experiencia de sentirse momentáneamente saciado al caer bajo la influencia del objeto del deseo que le hace sentir una experiencia de fusión con el Todo, de olvido de si mismo, de borrar la separación, de alcanzar la paz de espíritu que tanto anhela.

En otro orden de cosas, un grupo religiosos, una secta, una doctrina, etc. pueden actuar como agentes disolventes de la vieja personalidad. ingresar en una secta es vivido muchas veces con exaltación por sus efectos aparentemente liberadores y purificadores. La autoidentidad y el angustiante sentido de separación es aborvido y disuelto por la sensación de ser integrado en un grupo que aparentemente actúa como vasija, continente que promete calmar la sed. Vagas promesas, pues al igual que las drogas el alimento ofrecido, tras un período de felicidad ilusoria, no colma, ni calma la sed.

Otras formas de solutio son la búsqueda de paraísos artificiales en las relaciones,  el donjuanismo, por un lado y las relaciones de dependencia emocional son casos en los que la persona vive la relación o el encuentro con el otro, bajo una expectativa de que el otro sea el contenedor y a la vez alimento “espiritual”. 

Es cuando la relación interpersonal se complica pues está entretejida de una serie de ideas, fantasías, expectativas y demandas que se justifican mediante una teoría de amor romántico que sólo encubre la dimensión dependiente y adictiva de su naturaleza. Uno se acerca al amor o al encuentro con el Otro con una noción de la pareja irreal e ideal que genera todo tipo de frustraciones y decepciones cuando después del primer momento idílico la realidad de cada uno surge imparable, la dependencia, como exceso de apego de humedad que todo lo apelmaza y lo engancha. De nuevo demos de recordar la frase de Heráclito acerca del efecto del exceso de agua en el alma.

Un sueño nos ayudará a entender un poco mejor lo que ocurre en las crisis de pareja visto desde la experiencia de la solutio:

«Estamos mi pareja y yo con otra pareja, que no conocemos, en la orilla del mar, de repente una ola grande se acerca, salimos huyendo y hemos de escalar como un montículo de arena, superar un desnivel, para evitarla. Mi pareja y yo lo conseguimos, cuando llegamos al nivel superior, en el montículo de arena y dirigimos la mirada hacia la otra pareja, vemos que no están. Nos asomamos a la pendiente para ver si aún están subiendo y vemos estupefactos que han desaparecido, el mar se los ha tragado. Dudo de si lanzarme a rescatarlos pero desisto porque no hay ningún rastro en absoluto de ellos. Han desaparecido para siempre

En este sueño tenemos a dos parejas, la primera es conocida, el soñante y su esposa, la otro no son nadie en particular, son desconocidos, lo que nos hace suponer que lo que en realidad es esta segunda pareja es la misma noción se pareja con la cual la primera pareja vive. Es esta noción la que es tragada por el agua, desaparece porque lo que en realidad necesita transformación en las crisis de pareja es la idea, o conjunto de ideas que están detrás de los problemas, los desencuentros, los síntomas que padecen, es lo que está en juego, lo que es diluido por la marea de la crisis. 

La noción de pareja por la cual vive y sufre una pareja, generalmente no es explícita, las ideas que la componen están, enterradas, como el Mercurio en la materia, en el núcleo de las expectativas, exigencias, deseos y las consiguientes frustraciones que estos padecen cuando dos nociones diferentes chocan. En los problemas de pareja nunca se trata de incompatibilidad de caracteres como mucha gente opina, es más bien la incompatibilidad de la noción de pareja que sustenta, está por debajo (inconsciente), o en el núcleo del conflicto. Aburrimiento, ira, ausencia de deseo, agobio, agresividad son los fenómenos resultantes que por tanto nunca son la causa sino más bien las consecuencias del problema.

La noción de pareja no es un simple conjunto de ideas que uno entretiene en la cabeza, una teoría de la pareja al modo en que uno puede tener una teoría acerca de cualquier otra cosa. En primer lugar, no es una noción que uno tiene sino mas bien uno es tenido por esta noción, luego, no son ideas en la cabeza sino son ideas enterradas (Mercurio encerrado) en las conductas, las actitudes, las emociones con las que (mal)vivimos la relación. 

La terapia de pareja no tan fácil como parece suponer la idea de que el conflicto de pareja está sustentado por una noción, pues parecería implicar que tras una conversación inteligente se trataría de cambiar la noción y asunto concluido. Sí, de esto se trata pero esta conversación inteligente muchas veces topa con un muro de irracionalidad y emocionalidad resultante de las identificaciones del ego con tales ideas. No se trata de discutir si una idea es correcta, está sustentada en una evidencia o en una verdad, además se trata de diluir las identificaciones, los apegos, los hábitos emocionales y los mecanismos de defensa que se han erguido alrededor de la identificación con la noción. El ego de la persona se siente amenazado cuestionado en su misma existencia cuando se ponen a caldo dichas ideas. El proceso de cuestionamiento de una noción que en su esencia es impersonal, se vive como un ataque a lo más íntimo y preciado, los propios fundamentos  sobre los que el ego se sostiene e identifica.

2. Una experiencia  de ablandamiento, de suavizar y disolver rigideces, asimismo puede representar una especie de inmersión purificadora en las aguas que suponen un cambio y regeneración de la vida y del deseo. Muchas son las alusiones en los textos alquimistas a los fenómenos y metas de esta operación. El “aqua permanens”, “elixir vital”, “tintura”. Reza un texto: “Esta agua (divina) hace que lo muerto viva y  lo vivo muera, ilumina lo oscuro y oscurece la luz.” (8).

En un proceso terapéutico este aspecto se expresa cuando la persona experimenta que sus ideas y problemas se disuelven al ser absorbidos por un punto de vista más abarcador y comprensivo que el que antes imperaba, la terapia actúa como vasija contenedora de las emociones desbocadas. El punto de vista más amplio y verdadero es el agente disolvente que provoca a la vez temor a morir (el ego puede entrar en pánico y resistirse a ello pues lo vive como una aniquilación) y sensaciones de iniciación, de renacimiento. Es el equivalente de la inmersión en el agua baptismal.

Experimentar un proceso de disolución puede dirigir a la persona hacia una vivencia que colma más que cualquier droga, un sentir que se restablecen los lazos perdidos con la humanidad. El ego moderno y la alienación y separatividad que le acompaña acaban siendo agobiantes, el sentimiento de superioridad y su contrario el victimismo que le animan, generan una sensación irresistible para muchos de separación angustiosa, una sed crónica de unión y fusión emocional con un todo mayor. En otras épocas y culturas estas experiencias venían integradas en los sistemas religiosos. Las experiencias orgiásticas sagradas en los cultos a Dionisio y a Baco, el bautismo cristiano cuando el sentimiento religioso estaba vivo de verdad, ofrecían un alimento que podía colmar la sed. Hoy el camino es quizás más áspero pero es igual y necesariamente real para algunas personas tener la experiencia de él. No tenemos altares creíbles pero sí la posible experiencia de hallar un equivalente cuando nos abrimos a la opción de aceptar y vivir de acuerdo a la verdad de nuestro ser y de nuestra vida. Una verdad que se revela no como dogma o creencia fija e inmóvil sino más bien bajo el carácter de otra de las imágenes preferidas por el viejo filósofo “Nadie se baña en el mismo río dos veces”. Una verdad que fluye que no es fija, que nos obliga en cada acto de la vida y en cada momento a la tarea de acceder a ella (o dejarse acceder por ella) y vivir a la altura de su exigencia. 

Coagulatio

Estamos ante una operación inversa a la disolución descrita en la fase de solutio. Coagular es concretar, solidificar, convertir lo líquido y disperso en sólido. Asociada al elemento tierra y al plomo, supone aquellas experiencias y procesos que hacen “tocar tierra”, descender de las nubes de los ideales y asumir la propia cruz. Muchas veces acompañada de sentimientos de depresión, una caída de las nubes, difícil porque implica asumir responsabilidades. No en el sentido moralista sino en el de tener que dar una respuesta concreta al problema psicológico, al síntoma, a la desdicha. Volvernos reales y asumir las propias limitaciones. Volverse real, poder cargar con las propias miserias sin poder culpar a nadie, ni del pasado, ni del presente.

También puede resultar en una experiencia de liberación significativa. Poder ser simplemente uno mismo, asumir las propias contradicciones y sustentar un “¡soy tan solo esto! Cargar la cruz, ser real. Dejar de vivir en la ilusión, los ideales y las abstracciones. Es una experiencia de encarnación, un volverse real que implica a la vez. 

1. Volverse histórica y culturalmente concretos y determinados. Es decir tener que reconocernos como constituidos por una época histórica y una cultura específica cuya neurosis, hoy, implica que estamos todos instalados en una escisión neurótica de nuestra época entre vida laboral y tiempo libre. En una parte de la escisión pasamos la mayor parte del tiempo insertos, esclavizados por una lógica que nos obliga a vivir en una realidad en la que el individuo, su dignidad y valor se han sometido a la implacable dinámica económica, la omnipotente ley del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo y su no menos implacable dinámica de convertirnos en seres insignificantes, sujetos producidos en serie, piezas en un engranaje fácilmente reemplazables. En la otra mitad de la escisión, el tiempo libre, se nos convence de la suprema dignidad del individuo, de su libertad para hacer de su vida un espacio de realización personal y de tomarnos mortalmente en serio el tema de nuestras relaciones interpersonales, buscar la trascendencia en la pareja y obsesionarnos con nuestro “proceso de crecimiento” y  nuestro personal “estilo de vida”.    

2. Volverse real es superar otro dualismo corriente que consiste en la incongruencia manifiesta que se da entre las ideas e ideales que tenemos en la cabeza y las ideas e ideales que se expresan en nuestra conducta. En la coagulatio, lo disperso se une forma un cuerpo sólido. Esta tarea de unión de lo volátil y disperso no es para nada fácil pues requiere un tener que sustentar, todo lo que uno hace, dice y siente bajo la rúbrica de un Yo que comprende que no es el dueño de la obra ni su protagonista principal, pero es el único que puede y debe asumir la responsabilidad y no tiene otra opción que vivir según su propio riesgo. Asumir las contradicciones como propias y a la vez del mundo, de la época, de la cultura, lo que puede parecer un sinsentido puesto que aparentemente si es propio, no es del mundo, ni de fuera, pero precisamente consolidar una posición en la que la falsa separación dentro/fuera, mío/tuyo, deja de operar para dar lugar a una actitud que permite reconocerse en ambos extremos de la contradicción. Superar el falso dualismo víctima/victimario, perseguidor/perseguido, inocente/culpable, para abrirse a un estilo de consciencia que puede reconocerse en ambas polaridades y así devenir consciencia consciente de si misma. 

3. Volverse real, es reconocer las fantasías como tales y a la vez realizar su verdad. Una verdad que integra a su vez su falta de verdad, su falsedad, su carácter ilusorio. En este sentido, algunas personas creen que los pacientes engañan a sus terapeutas, pero como dijo Jung «esto es casi imposible. Las mentiras son fantasías, y nosotros tratamos fantasías» (CW 4 § 300). Para el terapeuta no resulta interesante la distinción entre hecho y fantasía, verdad o mentira, ya que desde el punto de vista psicológico todo ello son actos anímicos portadores de un significado anímico y este significado anímico suele ser independiente del contenido del hecho psicológico. En otras palabras, una fantasía o una mentira son fenómenos psicológicos de igual orden, que un hecho o una verdad, pues en tanto que percibidos y expresados en acto psicológico presentan su propio valor en tanto que verdad anímica. Una verdad anímica es la que se presenta no como el resultado de una relación entre un sujeto y un hecho u objeto, un sujeto exterior al hecho, pues la psicología no dispone de un punto de Arquímedes que nos sitúa fuera del hecho observado, para considerarlo «objetivamente» sino como psicólogos siempre nos enfrentamos a la realidad de una psique hablando sobre si misma. La tarea siempre es la misma que el fenómeno psicológico se eleve a su verdad. Por eso decía Jung “detrás de las impresiones de nuestra vida diaria -detrás de las escenas- otra escena se entreteje, encubierta por el delgado velo de los hechos” (9). En las palabras de Giegerich: “Lo que desde el mundo exterior se manifiesta como  un objeto  imagen o como un objeto idea, se revela a si mismo como siendo en si mismo texto, siendo interpretación (más que siendo un objeto a ser interpretado). No un hecho de la naturaleza, sino una cierta “afirmación”, “tesis” u “opinión” (sobre si misma), una noción, una concepción: una de las autointerpretaciones de “el alma”. La Psicología intenta interpretar interpretaciones” (10).

El símbolo cristiano de un Dios que se encarna, despojándose de su divinidad y privilegios divinos se anonada (kenosis) y desciende hasta lo más bajo de la humanidad expresado en el hecho de que el proceso final de su hacerse hombre le lleva a morir en la cruz como un delincuente y entre ladrones, en una expresión en clave teológica del proceso de coagulatio. El Logos Divino se hace carne, el espíritu inmaterial se hace presencia real y efectiva, para los gnósticos la vida era un doloroso proceso de experimentar el espíritu encarcelado en la tumba de la carne y el cuerpo, por eso para ellos celebraban la muerte con alegría como una gran liberación y el nacimiento como una gran desgracia.

Para muchos de nosotros hoy en día esto se vive como una gran dificultad en comprometernos, tanto sea en una relación como en una actividad, un proyecto, etc. incluso el hecho de tomarse la vida en serio, es para muchos un reto insuperable, prefieren vivir en el país de las maravillas, de los potenciales, las posibilidades y del “algún día será”. Son los puer eternus, cuyo norte en la vida es permanecer en estado de espíritu joven sin apegos, ni dependencias, ni compromisos, un vivir al día y disfrutar. Las experiencias de coagulatio son vividas en tales casos como procesos de muerte, duelo, depresión, melancolía van poco a poco solidificando al ego de la persona. Esto se puede vivir como una muerte y renacimiento, mejor un nacimiento, pues el ser humano es el único que ha de nacer dos veces, la primera en el cuerpo físico, la segunda en el cuerpo de la consciencia y el espíritu. Este segundo nacimiento nos lleva una vida entera.

Sublimatio

Asociado simbólicamente al elemento aire, para muchos alquimistas este proceso va unido al de la separatio,  ambos procedimientos mediante los que se extrae o destila una esencia del cuerpo que la contenía, el alma (psyche) o el espíritu (pneuma) se separan del cuerpo y así se liberan de su encarcelamiento en la materia. La extracción del Mercurio filosofal de su encierro en la materia, que corresponde a la revelación de la verdad encerrada en cualquier síntoma o problema psicológico. Un aprender a ser observador imparcial de si mismo y de las propias experiencias vitales. Un purificar y destilar las propias opiniones, convicciones para eliminar de ellas cualquier asomo de subjetividad (arbitrariedad). Tampoco resulta nada fácil pues supone la paciente tarea, absolutamente opuesta a los enraizados hábitos e instinto de supervivencia, de separarse de cualquier fenómeno (“interior” o “exterior”) y poder ver “a través de” este con el fin de comprender su verdad. Por eso los alquimistas siempre insistía que su obra es un opus contra naturam, es necesario un ir a contracorriente de las primeras reacciones, los automatismos, lo inmediato para destilar de ello, lo distante, lo reflexionado (vuelto imagen, palabra y concepto).

Separarse de los hechos y concentrarse en la consciencia que los contempla. Supone una capacidad de disociarnos, de salir de lo inmediato para entrar en lo reflexivo, en su reflejo verdadero que solo aparece cuando los deseos y conveniencias se dejan de lado y la propia ignorancia encuentra un hueco para posibilitar la apertura por la cual se libera el espíritu,  la verdad regresa a casa. Dos caras de la misma moneda.

La sublimación, como el aire aspira a ascender, se trata de ganar perspectiva, de poder ver el bosque  y no quedarse empantanado en los árboles, se trata de darse cuenta de la trama que nos entreteje y une en una relación en la que no hay un yo sin un tú, ni un mundo separado del tipo de mirada que lo ve. 

En la práctica terapéutica estos procesos vienen a veces reflejados en sueños de ascenso (a una montaña, al cielo, volar, etc.), también en los que aparecen temas de escaleras. La filosofía del amor platónico es una expresión de la sublimatio. También en la simbólica cristiana hallamos la escalera de Jacob, en la literatura la escalera de Dante en su Paraiso.

Del amor a un rostro bello ascender al amor de un alma bella y seguir ascendiendo hasta poder amar la belleza más etérea, sublimada y atemporal que, sin embargo, resulta más gozosa y permanente que la ligada a lo material, lo efímero.

La separatio, separa lo volátil de lo denso, y en un proceso terapéutico implica una difícil operación de lograr una separación de la inicial participation mystique, un estado de inconsciente unión del ego inmaduro con sus ideas, deseos, fantasías, etc.. La primera separación es la del yo-tu, yo-mundo. pero hay otras no tan obvias pero muchos más importantes, separar el estilo de consciencia con los contenidos de la consciencia, lo que Giegerich denomina la diferencia psicológica, no confundir los temas de los que hablamos con la lógica desde la cual los hablamos. Separar lo semántico de lo sintáctico.  En la vida y en la terapia esto implica una operación difícil y dolorosa, pues cuando uno se separa hay odio, resentimiento y reclamos, cuesta separarse o reconocer que se está separado,

Separarse de los ídolos que se admiran y de los demonios a los que se acusa, separarse de la historia personal, de este que creíste ser tanto tiempo. Cuantas separaciones matrimoniales y o rupturas de parejas son separatiosque se proyectan y se concretizan en un dejar al otro y por ello mismo dejan de lado la auténtica separatioalquimista que les llevaria a una transformación de la propia vida y consciencia.

Muchas personas están convencidas de que por que entretienen temas trascendentes y espirituales son ellos mismos trascendentes (importantes) y espirituales. Con ello pierden de vista que lo espiritual no emerge del tema que se considera sino desde el lugar, la instalación en la que uno vive.

La sublimación como la destilación de una substancia en otra más sutil y refinada se realiza en la psicoterapia por medio de una transformación de «la mirada ingenua», que opera mediante una la lógica de categorías opuestas y excluyentes, bueno/malo, yo/tú, interior/exterior, personal/público, objetivo, subjetivo. Una lógica que implica un pensamiento dualista basado en la exclusión y el literalismo, como afirma Eskenazi, “las cosas son lo que son al pie de la letra. Tomarse todo lo que se encuentra como algo que esta ahí independiente de todo y que es lo que es. Entender todo al pie de la letra, incluso entenderse a si mismo o convencer se uno mismo al pie de la letra que uno es el que se cree que es. Un no ver mas allá de lo que se presenta inmediatamente. Es lo que es y nada mas. Una cultura que es o lo uno o lo otro y entramos en las dinámicas de la culpabilización, o eres víctima o eres victimario, o culpable o inocente, no hay más opción.”

Por esta razón Jung no cesaba de alertarnos sobre el peligro de creerse las fantasías propias: “No debemos concretar las fantasías a pesar de nuestra inclinación a hacerlo y del miedo a esta inclinación, el zapatero de profesión que se hace de una secta para sentirse un iluminado que posee una misteriosa grandeza, o el que se cree una reencarnación de Julio César, son modos de concretizar fantasías, de volverlas y vivir como realidades espacio temporales y concretizar unas fantasías anímicas que pierden su dimensión de metáforas, verdades y valores del alma”.

La sublimatio puede compararse, en un proceso terapéutico al momento en el que el síntoma o problema (una emoción, una angustia, una fantasía, una conducta compulsiva, un apego, etc.) se transforma en un significado, más bien, es el significado mismo, ahora expresado en un elemento que lo vuelve inteligible, es decir, que el paciente comprende plenamente. Para ello resulta necesario lograr una actitud que implica un dejar, permitir que el propio conflicto llegue a su conclusión lógica y necesaria. Este significado, en este contexto, no consiste simplemente en una idea o serie de ideas que la persona tiene, tampoco se trata de un simple cambio en el modo de ver las cosas o interpretar las experiencias asociadas al síntoma o problema. Puede incluir todo ello,  pero es algo más, alcanza la dimensión de una verdad viviente e implica una nueva dimensión de la consciencia en la que esta verdad se hace accesible. No se trata de una nueva opinión, o una nueva doctrina a la que uno se adhiere, o una nueva teoría que uno sustenta (que son meras abstracciones), o una modificación en los sentimientos de la persona (un sentirse mejor). Esta comprensión plena es más bien un proceso de iniciación de la consciencia que afecta a la totalidad der ser y sus circunstancias y que al ingresar en otro nivel permite que la verdad expresada anteriormente en el síntoma pueda ahora expresarse en forma sublimada en el ámbito del entendimiento y pase a formar parte intrínseca de dicho nuevo nivel. Constituye pues no es una verdad que se tiene sino más bienes una verdad concreta, determinada (no abstracta) que se es.

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(1). “Mi profesión me enseña que ya no puedo distinguir claramente entre la neurosis del yo y la neurosis del mundo, entre psicopatología del yo y psicopatología del mundo. Me enseña también que situar neurosis y psicopatologías exclusivamente en la realidad personal es una represión imaginaria de lo que estamos experimentando verdadera y realmente”. Hillman. J. (1982). El pensamiento del corazón. Barcelona:Siruela. p.136.

(2). Martin Rouland. Diccionario alquímico. S. XVI.

(3). Waite, El Museo Hermético, 1:13.

(4). Basilio Valentino, Las Doce Claves. citado en Waite, 1:325

(5). Basilio Valentino, Las Doce Claves. citado en Waite, 1:3256 

(6). Jung C.G., Mysterium Coniunctionis, CW 14, par. 324.

(7). Enrique Eskenazi . Fragmento del curso de Alquimia, Psicología e Imaginación.

(8). Jung, C. G.  Ob. cit., par. 317.

(9). Jung, G. G. The Visions Seminars, Zurich (Spring Pub.) 1976, p. 8.

(10). Giegerich, W. (2012). What is soul? Spring Pub. p. 309.

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