Ser en el alma
Fragmentos del curso Reflexiones sobre el alma. A cargo de E. Eskenazi
Transcripción de F. Ausiró.
Jung muestra que ése, que es el mito de occidente, es el mito de una conciencia que ha olvidado su relación con el inconsciente, y que la ilusión del occidental, de ser un hombre libre, es una ilusión egoica absolutamente falaz, porque estamos en manos de fobias, compulsiones, temores, obsesiones, síntomas, ideologías, compulsiones sociales y por lo tanto nuestra libertad no deja de ser más que una especie de imagen egoica que oculta la verdadera realidad en la que estamos y es que no disponemos de libertad alguna sino que estamos condicionados por factores. Esto lo dice Jung. Por lo tanto el mismo Jung no es partidario del mito heroico que muchos junguianos sin ninguna duda van a tomar haciendo una lectura muy literal de que el sí-mismo es una conquista del ego, lo cual es absurdo, porque si hay un momento en que hay una experiencia del sí-mismo se experimenta exactamente como una derrota nunca como una conquista. Por lo tanto la idea de que yo voy a llegar es lo que haría de antemano imposible toda apreciación de lo que haya en ese arquetipo imaginado por Jung llamado sí-mismo. No se puede conquistar el cielo por asalto. Vamos a decirlo de una manera más religiosa: ‘sólo cuando hay un vacío en ti se podrá recibir, un acto de recepción nunca es un acto de conquista’, ahora bien, cuando algo está demasiado lleno de sí ¿qué puede recibir? Nada, en un vaso colmado… esto creo que es acorde con la idea básica de Jung, el proceso es un proceso de humillación, tanto es de humillación que el primer paso es el encuentro con la sombra. Y la sombra es todo lo que me niega, es todo lo reprimido en mí que destruye la idea que me sostiene y es que yo soy así, yo soy asá. El encuentro con la sombra es una muerte para el yo, y descubres que tú que eras generoso eres un tacaño codicioso, tú que eras noble estabas movido por los apetitos más inconfesables, tú que eras sabio estabas movido por el infantilismo más atroz, tú que eras libre estabas condicionado por los apegos más espantosos, descubrir eso no es nunca una inflación del yo sino justamente su muerte… esto mostraría que ese supuesto sí-mismo jamás es una conquista…
¿Quién habla en un síntoma?, no hablas tú, ya lo dijo Freud: para el ego nada hay más ajeno que el síntoma, el síntoma es el no-yo, para el ego, el síntoma viene a romper la estructura egoica por lo tanto, el síntoma el yo lo desconoce totalmente, ¿yo, qué tengo que ver con esto que me pasa?, sea lo que sea lo que me pasa, ‘me pasa’, no soy yo, y es cierto, no es el yo, pero es el alma, es el alma con sus daimones. Por lo tanto, ¿quién soy yo para expulsar un genio?, tendría que considerarme un dios, estar a la altura de un dios –fíjate por dónde, la humildad necesaria para el encuentro con el sí-mismo-, para creer que yo voy a decidir lo que los dioses tienen que hacer. Por lo tanto el papel de un síntoma es humillante, como lo sabe cualquiera que lo padezca, es una humillación, es una vergüenza, es la manifestación de tu impotencia, es como diría Adler la manifestación de la inferioridad…
Para mí es lo más grande de Jung. Esa idea es básica, y es que la única existencia real es la psicológica. Y que todo todo amante del discurso del alma, debe atender ante todo a la realidad en el alma… Ser en el alma quiere decir que, a diferencia de los filósofos que dicen que la realidad está en las cosas, o la gente, porque la gente con sentido común cree eso, el sentido común dice: lo real está fuera de mí, o los que dicen: lo esencial está en la esencia que es la idea abstracta de la cosa, lo que propone Jung es que lo esencial no está ni en la cosa ni en el concepto sino en el alma. Y esa es la primera realidad. Y nada llega si no pasa por su realidad en el alma. Por lo tanto no se puede experimentar nada sino a través de lo anímico. Por lo tanto cuando tú oyes un discurso que te conmueve no es el discurso lo que te conmueve, lo que te conmueve es la imagen anímica que en ti se mueve con ocasión de ese discurso. Y cuando uno dice que una circunstancia x es la que determina algo en su vida eso es una negación de la realidad del alma, es creer que el alma depende de las circunstancias externas, es lo más antipsicológico que puede haber, es la convicción de que el verdadero ser está fuera, está en las cosas, es lo opuesto de Jung, es lo opuesto de la visión psicológica, … ¿qué fantasía hace que una persona esté convencida de que las circunstancias externas son las que determinan su vida?, ¿qué fantasía psicológica, qué imaginación poderosa que habita en su interior pone la responsabilidad en supuestos agentes externos?, hasta eso es psicológico, si uno lo mira psicológicamente.
E indudablemente una persona que cree, como la mayoría de nuestra sociedad, que son las circunstancias las que determinan el alma, son personas que se viven como víctimas, es decir, como efectos. Y su existencia, más allá de que lo sepan o no, se despliega como la existencia de un títere movido por circunstancias exteriores. Se viven así, desde ahí sienten, desde ahí se relacionan, desde ahí fantasean, no importa que no se den cuenta. El no darse cuenta es parte de esa fantasía. El no darse cuenta de qué se está viviendo por tener la atención puesta en qué pasa ahí afuera es parte de la fantasía de la víctima. Por lo tanto la fantasía de la víctima consistirá en buscar culpables, ya sean circunstancias, hechos, personas, problemas culturales, problemas políticos, culpables desde los cuales vivirse como el apéndice de la situación. Todo esto aparece cuando uno se da cuenta de que lo importante no es tomar literalmente lo que una persona pueda creer sino llevarlo a la realidad del alma. Esa es la idea fundamental de Jung, una idea que todavía no penetra, no penetra en la cultura, porque es una idea completamente fuera del espíritu del tiempo. Es difícil darle realidad al alma. La gente que conoció a Jung siempre testimoniaron que lo que más les impresionaba de este hombre era su absoluta convicción en la realidad de lo anímico. Que en nuestra cultura siempre es negada. Lo real es lo físico, las químicas, lo real son las cosas, lo real es lo político, lo real es la familia, lo real es el trabajo, lo real son las circunstancias… pero nunca se pone atención en la realidad del alma. ¡Es tan fácil deslizarse en un supuesto exterior, es tan fácil desconectar de la interioridad! Y sin embargo nada se vive sino interiormente. Incluso la supuesta relación de pareja es la relación anímica que se establece para la pareja. Por lo tanto está en uno, la supuesta relación con los padres no es con los padres, es con la imagen de los padres que en uno habita…
En Adler lo que importaba era la ficción, es decir, desde qué interpretación se viven los supuestos hechos. Por lo tanto no son los hechos, sino cómo son interpretados por la persona, es decir, la lectura que se hace siempre de los hechos. Por lo tanto no hay hechos, hay ficciones, y desde esa ficción se viven los hechos como se viven. En Adler no existe como tal una zona del alma llamada inconsciente, lo inconsciente no es ninguna zona, lo inconsciente es el guión desde el cual se está viviendo la vida. Lo inconsciente son los presupuestos que hacen que se interprete la vida como se interpreta. Aquella frase famosa de que ‘no es verdad que una infancia de desnutrimiento y de padres que te abandonan vayan a generar un delincuente porque dependerá de cómo lo interpreta el niño.’ Por lo tanto lo que hace a la vida psicológica no es lo que pasa sino cómo se toma lo que se pasa. Y no se lo toma como uno quiere porque uno está atrapado en una determinada manera, no consciente, es decir, implícita, no explícita, de ver la vida…
Para Adler sólo existe el decurso de la conciencia, y el decurso de la conciencia tiene: lo que se ve y lo que no se ve, en un discurso está lo evidente y lo implícito, lo cual no quiere decir que lo implícito sea una cosa que anda por ahí oculto, no, lo implícito es el otro lado de lo explícito, es un discurrir… También hablé de que para Adler no hay realidades, sólo hay movimiento, y sólo hay interpretaciones, todas falibles y provisionales del misterio de la existencia…
Lo único real que hay es el movimiento de la psique: el alma se mueve, la vida se mueve, y para moverse se necesitan ficciones: si yo no imagino que hay una puerta por ahí no voy a salir por ahí, para poder salir tengo que ver una puerta por algún lado, y entonces me dirijo hacia la puerta, no hay nada en la vida, en la existencia, que no esté orientado a un fin, toda la vida psíquica tiene objetivos, no yo, la vida psíquica tiene objetivos, y los objetivos se construyen de acuerdo a la ficción, es decir, a la manera de entender lo que hay; se necesitan ficciones que son como hipótesis pero con una diferencia: uno hace una hipótesis para descubrir cómo son las cosas, las ficciones no son para descubrir cómo son las cosas, las ficciones son ficciones, pero posibilitan la vida. Todo el mundo vive ficciones, es que no hay otra cosa que ficciones, no se puede saber, toda explicación de lo que sea la realidad es una ficción psicológicamente. El creer que los átomos existen es una ficción como lo sabemos hoy que ya está la teoría de las cuerdas, desaparecieron los átomos, hasta hace cinco años todo el mundo daba su vida por los átomos y eso son hipótesis; las ficciones son como hipótesis psicológicas cuyo intento no es probar ninguna realidad sino que son imprescindibles para que la vida se mueva. Toda ficción está sostenida por un objetivo y lo que dice Adler es que el objetivo el yo nunca reconoce, el yo no crea ficciones, el yo emerge como producto de una determinada ficción. Por lo tanto el tema de darse cuenta de la ficción, ahí está lo inconsciente, lo inconsciente no es ninguna zona, lo inconsciente es un discurso, lo inconsciente es el guión que se está viviendo, no una cosa que esté puesta en algún cuarto misterioso, un guión.
En una obra de teatro todo lo que está pasando está puesto a propósito para producir un efecto. Una obra de arte está creada con un fin, pues para Adler la vida es una obra de arte, cuyo desenlace finalmente se ve en el último acto: ‘la vida es como una obra que todo lo que está pasando en el primer acto se entiende en el último’. Pero nosotros no sabemos cuál es el último acto que nos espera, pero nos dirigimos implacablemente, somos conducidos a él, por aquello que nos tiene cogido, que es la ficción… Y los síntomas son parte de una ficción. Las enfermedades no son problemas, para el ego tal vez, pero permiten que se cumpla perfectamente la ficción. Por eso es imposible liberarse de un síntoma, porque el síntoma es necesario, es imposible liberarse de un problema porque el problema es necesario para que se cumpla la ficción. Sólo que hay ficciones neuróticas y ficciones que curan, pero no se pueden cambiar a voluntad, porque el yo que quiere cambiar una ficción es el medio por el cual se cumple esa ficción, cómo va a cambiar. Es genial porque lo único que presupone es que la posible terapia es una conversación de igual a igual, inteligentemente, sin apelar a ningún magnetismo o poder sobre el otro, sino a la inteligencia del otro para ir mostrándole lo implícito de su discurso. Poder ir mostrándole a dónde sin darse cuenta se está dirigiendo, sólo cuando la persona puede darse cuenta entonces puede elegir, y tiene que trabajar, no le basta decir: sí, me doy cuenta, porque si no hace absolutamente nada, ése ‘sí, me doy cuenta’ sigue siendo parte de la ficción que sostiene el mismo estilo de vida. Lo que hay son estilos de vida. Lo inconsciente es la parte que no reconozco del discurso que sostiene mi estilo de vida. Pero no es ninguna entidad misteriosa que ande por ningún lado. En Adler se apela a la inteligencia, a la sensatez, a la capacidad de entender. Se supone que una persona dándose cuenta, dándose cuenta de lo que hay puede elegir. La ficción se establece en la niñez, dice Adler, y uno queda atrapado en ella, pero cuando uno es niño, su visión del mundo es infantil. Cuando el adulto puede explicitar esto se puede elegir otra visión, pero hasta que no la explicite no tiene elección posible. Sigue atrapado en el juego de cómo el niño interpretó el mundo: si el niño interpretó el mundo de tal manera que ‘si evado la realidad todos lo van a hacer por mí’, claro que esto no está declarado racionalmente, esa persona va a vivir una ficción neurótica centrada en el egocentrismo, en tener poder sobre los demás para que le resuelvan la papeleta sin saber que esa misma ficción es enferma porque no permite que se realice el anhelo del alma de comunidad o participación con la totalidad, en una ficción neurótica no hay desarrollo del sentimiento de comunidad porque es una ficción egocéntrica, no puede haber ningún bienestar ahí, la persona es un parásito, un inútil, porque no está haciendo nada en este mundo más que vivir para sí. Lo más vacío que existe. Y aquel anhelo del alma de conectar con la totalidad no puede expresarse porque no tiene por dónde. Lo único que existe es anhelo de poder, es decir, dominio emocional sobre los demás, ratificación de la propia importancia, compensación de la inferioridad, no cumplimiento de anhelo de perfección sino esquivar el bulto a las tareas fundamentales de la existencia. Esto es lo típico del neurótico. Su neurosis es el medio ideal para esquivar el bulto. Siempre es ‘si no me pasara esto yo podría…’, eso que haría es de lo que está huyendo, sin saberlo, todo su montaje, todo su sufrimiento, viene perfectamente a cuento para evitar el sufrimiento real que no es el que tiene sino el que elude. Si uno empieza a mirar desde ahí ve cosas, y se ve a sí mismo también.