No es tan dificil aceptar los limites cuando se ve de cerca el abismo que nos espera, la insignificancia que nos constituye y la amarga verdad de las propias cargas. Podemos sustentar el mal sabor de boca siempre que mantengamos la atención enfocada en la idea de nuestra finitud irremediable. Este mal sabor de boca puede ser la entrada paradójica a saborear el placer del instante que se genera y agota en si mismo, una danza eterea de ritmo ligero y desenfadado.
Solo el miedo obliga a refugiarnos en el sinsentido de una vida no apurada, solo la ignorancia compele a construir una narración de la vida coherente y fija. Más vale disolver la rigidez de las certezas en el torrente ambiguo de la experiencia vital, dejarnos llevar por el dolor todo el tiempo que sea necesario para derribar las murallas del orgullo. Queda por ver adónde nos lleva el impulso existencial de seguir buscando las formas adecuadas de entendimiento.
Un desencuentro sin fin es la moneda de cambio con la que negociamos nuestra muerte, aun sin saberlo. Política, economía, dioses ignotos que gobiernan el sinsentido de nuestra efímera existencia a la deriva en un mar repleto de falsos ideales y certezas infundadas. No hay luz que ilumine la negrura esencial que nos constituye, más que fugazmente, como fuegos fatuos que nos encadenan al placer compulsivo del ejercicio del poder.
Mi vida empezó y se desarrolló en las brumas vitales de un mercado, lleno de olores intensos, una abigarrada fauna humana que buscaban entre los despojos y las ofertas su mejor tajada. Días de niebla desenfadada y sueños vagos, sin contornos ni excesivas ambiciones, solo el ritmo cotidiano de las tareas mezclado con la liviana embriaguez del alcohol y unas transgresoras partidas de ajedrez al compás del miedo a ser descubierto, perviven en la memoria. Hasta que llegó un primer balbuceo de un lento despertar, al compás de un intuido afán de buscar, de salir de un abismo lleno de vida y hastío al mismo tiempo. Me ví a mi mismo enfundado en una bata blanca trabajando de psicólogo, aún sin comprender que significaba todo ello. En este preciso instante dio inicio mi particular diáspora, mi salida de Egipto, un abandonar a mi familia carnal, en pos de hallar la patria de mi alma.
Estaba yo en la mitad de mi vida, una crisis me atenazaba, afectaba mi vida profesional y mi relación de pareja. Tenía trabajo pero no disfrutaba de ello, y con mi pareja estábamos distanciados, cansados. En aquel trance, una idea surgió en mi cabeza, de hecho era un viejo sueño, una fantasía de juventud dormida mucho tiempo en mi. «Quiero ir a América y vivir un tiempo allá!» Se lo conté a mi pareja, yo sentía que aquella arriesgada aventura, podía unirnos de nuevo, aunque los riesgos era muchos, pues nuestros dos hijos de 4 y 6 años, suponían una realidad aplastante en el sentido de la responsabilidad que teníamos por ellos.
Después de mucho meditarlo, de innumerables miedos y ansiedades, un día tomamos la decisión. Este momento fue galvanizante, esta decisión actuó como un resorte que puso en marcha cantidad de energía, acontecimientos y «casualidades». Casi de la nada surgió una familia americana que le interesaba un intercambio de casas y coches para un año. Ellos querían pasar una temporada en Barcelona e hicimos un pacto. De repente ya teníamos casa en Los Angeles para un año, y coche! Hicimos viajes exploratorios y al final nos embarcamos en la aventura. Recuerdo la de veces que me asaltaban dudas y temores ¿De qué trabajarás? ¿Qué pasará cuando acabe el año?, etc. etc.
El «plan» inicial era vivir en América 4 años, la realidad los transformó en 8. Hoy los recuerdo como los años más intensos de mi vida. Hubo de todo, éxitos y fracasos, nuevas crisis de pareja y nuevas reconciliaciones, en conjunto la experiencia nos fortaleció, como personas y como pareja. Hoy 20 años después, aún decimos: ¡valió la pena el riesgo! Mis hijos que forjaron su adolescencia en los amplios espacios, el salvaje desierto y las inmensidades del Océano Pacífico de la Baja California aún agradecen haber vivido esta experiencia que atesoran en su corazón.
Mi sueño por realizar el documental, nació, cómo no! en Los Angeles. Me desplacé allí para vivir movido por una llamada mágica, estar cerca de un gran chamán, Carlos Castaneda. Con el fin de hacer viable la idea, y por medio de una amistad común hacemos un pacto de intercambio de casas (y coches) con una familia californiana. David, abogado de profesión, estaba interesado en residir temporalmente Barcelona , porque estaba escribiendo un guión sobre la guerra civil española. Stephani, su esposa quería rastrear sus orígenes judíos sefardíes, interesada como estaba en la música sefardí española de la Edad Media. Debí sospechar en aquel momento que no era causual que en la nueva ciudad fuera a parar a un hogar en que la pasión de escribir un guión y la de comunicar artísticamente era el tema esencial.
Corría el año 1996, época en que Castaneda decide abandonar su larga trayectoria de inaccesibilidad y sube a la palestra pública con el fin de llevar su mensaje al mundo y culminar así su larga andadura como escritor de una de las sagas más brillantes de la literatura etnográfica, antropológica y para muchos literaria.
Una vez instalado en aquella ciudad de ensueño, me encuentro sin casi darme cuenta, rodeado de actrices, actores, guionistas y directores. En Los Angeles hasta el camarero que te sirve la mesa tiene su guión bajo el brazo, o su premier entre cejas. Todos esperan que les llegue el día, su gran día.
Entre tanto sueño y ensueño, empieza a picarme el bicho. ¿Y por qué no usar el gran poder comunicativo que tiene hoy, el registro audiovisual, cine, televisión, internet, para difundir la verdad astrológica al mundo?
Este bicho no dejó de crecer y picarme. Paulatinamente, y partiendo de una situación inicial de escaso por no decir nulo interés por las artes de hacer cine, voy abriéndome a un horizonte nuevo. Escribir un guión no tiene nada que ver con escribir un ensayo, un libro de no ficción, etc. Es un nuevo registro, entramos en el ámbito de la narración, del saber relatar historias que prendan el la imaginación de la audiencia, de estructurar los mensajes en tramas y estrategias narrativas totalmente diferentes. Nada que ver con lo conocido y practicado por mí durante años. De ahí se inicia la gestación del Proyecto Kósmica.