Dirección y guión: Woody Allen (2011).
Con Owen Wilson (Gil) y Rachel Mcadams (Inez) y Marion Cotillard (Muse).
Woody está magnífico en esta recreación del esplendor cultural y arquetectónico de París. En un seductor desfile de planos de la ciudad (Los Campos Elíseos, Notre Damme, el Moulin Rouge, Maxim´s, el Museo Rodin, el Palacio de Versalles, etc.) que impúdicamente nos revelan esa belleza y magia cautivante que encandila a la audiencia y que prende en el alma de Gil, el protagonista, un escritor de guiones de Hollywood, que sueña con entrar por la puerta grande de la literatura, hasta tal punto obligarle a tirar su vida por la borda con tal de vivir en París.
Esta comedia romántica con toques fantásticos no resulta para nada superficial, más bien propone una sutil pero profunda reflexión cultural y filosófica, de hecho parece que el director conozca los planteamientos giegerichianos que lucidamente denuncian el sustrato nihilista subyacente al omnipresente espíritu romántico y nostálgico que busca la redención de los males presentes en un pasado idealizado. Bajo esta óptica Woody propone, en una serie de hilarantes encuentros y diálogos, un recorrido por el pasado cultural europeo, en un viaje imaginario que el protagonista, un americano (arque)típico, realiza por la Belle Epoque y los felices 20. Preñado de referencias culturales y artísticas van desfilando, en escenas casi surrealistas, una galería de celebridades (Hemingway, Faulkner, Picasso, Miró, Dalí, entre tantos otros) con las que el protagonista dialoga y que consiguen paulatinamente hacerle despertar a su propia verdad.
La construcción de los personajes compite con lo chispeante de sus diálogos, el director consigue, partiendo de los clichés más conocidos, una recreación fresca y lúcida, de los tópicos (la animadversión entre los norteamericanos y los franceses, la pedantería de los intelectuales contemporáneos y la vis cómica de los californianos) que habitan en el imaginario colectivo. Una creativa conjunción de caracteres y diálogos entretejen una trama y un estilo narrativo que expresa la maestría y el cuño del genio de Woody Allen, su marca etérea e inconfundible.
Midnight in Paris es el fruto del amor de Allen por París, esa gran ciudad del mundo que el autor recupera después de su anterior rodaje en la misma ciudad de “La útima noche de Boris Grushenko”, y es fruto asimismo de su lúcido temple filosófico que reluce en una crítica ligera en su estilo pero mordaz en su fondo, de una de las miserias de la época que nos toca vivir.