Un galimatías incomprensible, un mar de dudas ante el que zozobran todas las certezas, una composición inacabada, un estremecimiento incesante, un ansia que palpita en el pecho, un castillo de ilusiones que se desmorona, un montón de sueños que nos visitan fugazmente y se alejan sin remedio tragados por el olvido. También un aliento que a pesar de todo te impele a seguir buscando, un palimpsesto de capas superpuestas sin orden ni concierto, un río subterráneo de memorias distorsionadas por el deseo. Con todo y a pesar de todo, la vida es para mí un cuento sin escribir que desgrana sus letras poco a poco a pesar de que el ritmo vertiginoso con el que transcurren los días, meses y años actúa como un ladrón que ansía convertirse en el amo de tu desesperanza.
Un nuevo comienzo incesante lleno del poder mágico, de la seducción permanente del desvarío, una llamada a zambullirse en el ritmo eterno del océano en el que bullen todas las posibilidades del ser. Apaga el ruido que un silencio anónimo vendrá en tu busca, aquieta tu ansia para que la distancia entre lo posible y lo real aminore. ¿Qué es la vida? No hay definición que pueda satisfacer a un intelecto demasiado abrumado por lo que le rodea, mejor abrazar la ignorancia socrática, este saber del no saber que por lo menos te inmuniza de los fuegos fatuos, del orgullo cruel, de la vanidad enfermiza. ¿La tarea? aprender a desaprender, una labor de zapa que disuelve rigideces y prepara el terreno para acoger lo impensable, un desbrozar el camino para que los demás puedan disfrutar del viaje, o al menos eliminar trompicones innecesarios. ¡Tan solo esto! ¡Nada más ni nada menos!