Rosa Coll®
«LOS SERES HUMANOS SON INFINITAMENTE MÁS COMPLEJOS Y MISTERIOSOS QUE NUESTRAS MÁS LOCAS FANTASÍAS”
El conocimiento silencioso, p. 209.
En esta hora -minutos, años- de clausura del linaje de don Juan Matus, su discípulo Carlos Castaneda nos presenta los “pases mágicos” pertenecientes a su linaje durante miles de años. Los cuatro discípulos de don Juan: Carlos Castaneda, Florinda Donner-Grau, Taisha Abelar y Carol Tiggs, de común acuerdo, decidieron extraerlos del marco secreto y ritual en el que se transimitían de generación en generación. Carlos Castaneda los denominó con un término proveniente de la arquitectura: Tensegridad, que se refiere el juego de “ “ Estos movimientos -miles y miles de ellos- apuntan como objetivo inmediato al bienestar general y al incremento de la salud, principalmente a través de la activación de órganos y glándulas a veces casi atrofiados por nuestra vida sedentaria, como las glándulas suprarrenales, y de la tensión y relajación de los tendones que produce una explosión de energía.
Carlos Castaneda ha dicho que el hombre es “otra cosa”. No es solamente esto que vemos, palpamos, escuchamos, olemos, tampoco es “espíritu”, entiéndase por ello lo que se entienda, a menos que por espíritu se entiende algo así como un imán -que me perdonen los “espirituales”-. El hombre es un ente fundamentalmente electromagnético, a ello apunta el chamanismo cuyo linaje clausura Carlos Castaneda. La Tensegridad se sustenta en ese carácter y busca desarrollarlo e incrementarlo.
En cuanto entes electromagnéticos no tenemos las limitaciones que nos cohartan en tanto entes físicamente corporales. En cuanto entes electromagnéticos somos pura conciencia, y podemos navegar en lo que el chamanismo del linaje de don Juan denomina el “mar de la conciencia”. Por eso dice Castaneda, parafraseando a su maestro, que somos por excelencia navegantes. Más aún, navegantes en lo desconocido. Tal es el objetivo central de la Tensegridad: despertar, hacer que renazca nuestro carácter de navegantes de lo desconocido, al permitirnos ampliar, poco a poco, los parámetros de nuestra percepción. Por añadidura se da lo que para nosotros aquí y ahora es tan importante: sentirnos mejor, fortalecernos, rejuvenecernos. Pero la Tensegridad quiere, sobre todo, que recuperemos, que extraigamos del olvido, que ejercitemos nuestro carácter de entes electromagnéticos. Lo que el chamanismo considera que el hombre una vez fue y luego olvidó. Salud, enfermedad, inteligencia, sobriedad cobran una acepción diferente desde esta perspectiva.
Los pases mágicos o la Tensegridad buscan a la vez silenciar nuestro permanente diálogo interno. Nuestro diálogo interno está en relación inversa a nuestra energía. El diálogo nos abruma, se adueña de nosotros cuando estamos faltos de energía -nuestra cháchara interna es el ancla que nos impide volar y navegar-. La Tensegridad redistribuye la energía que se ha solidificado e inutilizado por el desgaste cotidiano en la periferia de la esfera luminosa que somos, y la retorna a los lugares centrales que le son propios: el área del páncreas, del hígado, de las glándulas suprarrenales. Suena a panacea universal. Lo puede ser, suponiendo un elevado grado de disciplina y seriedad.
Hay un segundo legado práctico que el linaje de don Juan nos deja, y acerca del cual se habla algo en el Don del Aguila, y mucho en el libro de Taisha Abelar: Donde cruzan los brujos: la recapitulación, en la que no me puedo explayar ahora. Si los hasta ahora diez libros de Carlos Castaneda, el libro de Florinda Donner-Grau donde relata su aprendizaje y el libro de Taisha Abelar recién citado nos describen de la manera más impecable cómo es ese mundo del chamanismo de Carlos Castaneda, al punto que su seducción mueve hoy a miles de personas de distintos lados del planeta a congregarse cuando los discípulos de don Juan conducen un seminario, por otro lado esos mismos seminarios nos invitan ahora a la acción. Las conferencias que los cuatro discípulos de don Juan dan, la enseñanza de los movimientos -siempre diferentes en cada nuevo seminario- y la práctica de la recapitulación, buscan abrir posibilidades inéditas para el hombre de hoy.
Somos entes electromagnéticos. A los niños les solemos mostrar que las chispas que salen de su pelo cuando se lo cepillamos o peinamos después de lavado y el tiempo está muy seco. Para el común de los mortales que somos, ese es nuestro primer y último contacto con nuestro carácter electromagnético. Sí, de vez en cuando hemos sentido el choque de la corriente eléctrica cuando tocamos algún artefacto eléctrico sin cuidado, lo cual nos habla acerca de nuestro carácter de conductores de la electricidad.
En cada época histórica el hombre tiene un peculiar modo de ver el mundo y de verse a sí mismo. Quizá el modo más reciente de comprendernos a nosotros mismos que tenemos, sea el psicológico. Hace todavía pocos años, los sectores más vastos de la medicina tradicional se negaban a aceptar la incidencia del aspecto psicológico del hombre en la enfermedad, y aún hoy queda más de un rezagado. De la noche a la mañana la psicología se tornó hegemónica, y hoy no la para nadie, a tal punto que si no la detenemos, en breve terminará ahogándonos. Hemos exportado neurosis a Oriente e introducido la obesidad en las reservas de indios navajos en los eeuu.
La brujería o el mundo de don Juan Matus aporta otra perspectiva del hombre: el hombre como un ente electromagnético. Siempre lo fuimos, y hubo culturas que a partir de la observación, lo vieron. El yang y el yin -la manifestación del Tao- ¿no serán acaso el polo positivo y negativo tanto eléctrico como magnético? El Taoismo ve al universo y al hombre como energía, y su enfoque de la sociedad, de la historia, de la política, y sobre todo de la enfermedad y de la salud se sustenta en el juego y en el equilibrio de estos dos polos, que están en permanente movimiento y cambio. Fluidez es la palabra. La enfermedad es un bloqueo de la energía. La esencia de la energía es fluir, si su fluir se obstaculiza, se traba, se origina lo que conocemos como enfermedad, desde el cancer hasta la depresión.
¿Por qué nos quedamos en Los Ángeles? Porque nos hemos enamorado, ¿de una idea? No, de una forma de vida y de muerte. Algunos hace treinta años que leían sus libros, otros hace veinte, otros hace diez, otros menos pues son jóvenes. Pero la fuerza de atracción es igual, ya sea que se provenga de Alemania, de Italia o de Argentina. Nos capturó la integridad, la no fisura entre la palabra y la acción, la fuerza pero sobre todo la magia, el misterio, lo desconocido. Todos hemos podido experimentar que lo de guerrero no es un cuento, y que cuánto más se acerca una más guerra hay. Guerra contra el molde que somos
¿Qué importancia o gravitación tiene que seamos entes electromagnéticos? Por otra parte si lo somos, ya lo eramos, de modo que valga la novedad. Sin embargo, ciertas características aparecen en el tapete y otras no, según la época histórica. La nuestra ha sido una en que lo predominante aún es lo psicológico, después de gran lucha de la psicología por imponerse. También, siempre, fuimos de alguna manera psicológicos, sin embargo ese rasgo estaba oculto, y por lo tanto no tenía vigencia. El hombre va variando según la comprensión que tenga de sí mismo. El hecho de que se sepa psicológico lo torna psicológico, esa faz aparece iluminada en el escenario y el resto queda en la oscuridad. Desde ya nuestro carácter material no desaparece nunca del horizonte pues es el más notorio y burdamente manifiesto. Somos entes físicos, de eso no cabe duda, por ello es que le costó tanto esfuerzo al aspecto psicológico imponerse: no podía competir con la facticidad de lo físico. Lo psicológico no es aprehendido por ninguno de nuestros cinco sentidos de manera directa; sin embargo atravesó esos obstáculos y por fin se impuso a pesar de su carácter intangible. Lo interesante es que mientras que algún rasgo no está específicamente vigente, es como si no se diera, está congelado. Los que hemos acompañado este siglo podemos atestiguar la trayectoria de lo psicológico: desde su absoluta inexistencia, su lucha por afirmarse hasta su total heggemonía. Todo en poco más de un siglo, quizá siglo y medio desde las primeras investigaciones de la psicología experimental (Wertheimer, Koehler, Koffka) hasta el afianzamiento de la psicología profunda.
Dijimos que nuestro carácter de entes físicos era indudable. Sin embargo ese mismo carácter se torna escurridizo cuando nos alejamos de lo netamente tangible. En la física propiamente dicha el campo de la electricidad y del magnetismo comienza, para el estudiante, cuando ha terminado con la mecánica y con la termodinámica -más tangibles que la electricidad y el magnetismo. Curiosamente, con respecto al hombre, fue Mesmer, en Occidente, más precisamente en Francia -Mesmer nació en Alemania- quien percibió el carácter magnético del hombre. Llamó magnetismo animal a la propiedad del cuerpo animal que lo hace sensible a la acción de los cuerpos celestes y a la acción de la tierra, considerando que el hombre posee propiedades análogas a las del imán. Por magnetismo él entendía la influencia mutua entre los cuerpos, y consideraba que era la acción más universal, de la que el imán ofrece un modelo Y digo curiosamente porque Mesmer es considerado, por un lado, antecesor del psicoanálisis y de la psicología profunda; con más precisión, se lo considera antecesor de Charcot, de Breuer y de Freud, pero, a la vez hay una lectura de Mesmer que lo ubica dentro del ocultismo, en parte, precisamente por sus descubrimientos en torno al carácter magnético del hombre y sus consecuencias. Su disertación para obtener la habilitación en Medicina, en el año 1766 se tituló Disertación físico-médica sobre la influencia de los planetas, en ella concluía que el hombre no puede estar excluído de tal juego de influencias. En cuanto al magnetismo animal -obra posterior por la que alcanzó cierta notoriedad a la vez que fue altamente combatido-, consideraba que el hombre es dueño de una sensibilidad que le permite estar en contacto no sólo con quienes lo rodean sino también con aquellos que se encuentran a distancia, sienco capaz de impartir cierto tipo de movimiento a otros cuerpos, tanto animado como inanimados. Dice Mesmer que tal movimiento puede propagarse, concentrarse, reflejarse como la luz y transmitirse por el sonido. Tal acción, agrega, puede llegar a ser un modo de curar y hasta de defensa de la enfermedad, pues su meta era encontrar una solución única para la enfermedad que él consideraba también una sola. En la disertación citada Mesmer afirma que la materia magnética es casi la misma cosa que el fluído eléctrico, y se propaga, como aquel a través de cuerpos intermedios -la Física otorga el crédito del descubrimiento de la relación entre un campo magnético y una corriente eléctrica al físico danés Oersted quien lo demostró en una conferencia en el año 1819-. Pero Mesmer insiste en diferenciar el magnetismo natural del animal al señalar que es posible cargar un imán con magnetismo animal, sin que modofique sus propiedades magnéticas naturales. Mesmer curó diversos tipos de males tales como parálisis, temblores, síntomas hipocondríacos, histerias, desórdenes menstruales a través del magnetismo. Cuando el mal se curaba cesaba la sensibilidad al magnetismo.
Mesmer, a partir de la observación de un sinnúmero de casos, descubre el fenómeno de lo que llama “el sueño crítico”, en el cual las facultades del durmiente continúan más perfectamente que cuando está despierto, aún las intelectuales y pueden conducir sus asuntos con más reflexión, atención y habilidad que cuando están despiertas. Algunas personas pueden anticipar el futuro y traer el pasado al presente y sus sentidos pueden extenderse a cualquier distancia y en cualquier dirección sin que se les interponga obstáculo alguno. El fenómeno más común, agrega, consiste en poder ver el interior de sus propios cuerpos y el de otros, también se pueden diagnosticar enfermedades, anticipar su evolución y aconsejar tratamientos.
¿Por qué esta larga digresión? Más de una vez se ha referido Castaneda a Mesmer, y a la conveniencia de recuperar tesis arrojadas a los tachos de basura de las ciencias académicas. Mesmer para Castaneda descubrió posibilidades valiosísimas del hombre, y esa posibilidades se refieren a su carácter electromagnético. Las características que he mencionado recién son, en cierto modo, algunas de las características del brujo tal como se entiende ese término en el contexto del mundo de Castaneda. Lo que don Juan Matus le enseñó a sus cuatro discípulos: Carol Tiggs, Florinda Donner-Grau, Taisha Abelar y Carlos Castaneda fue a comprenderse a sí mismos como entes electromagnéticos, con todas las propiedades que ello implica, y que con seguridad alguna otra vez -aún fuera del linaje de don Juan Matus- fueron cosa cotidiana para el hombre: la traslación vertiginosa, la ubicuidad, la fuerza, un modo diferente de vivir y por supuesto de morir. ¿Qué pasa con la materia burda, pesada? Se refina hasta dejar de ser materia burda, deviene energía. No es el linaje de don Juan Matus el único en saberlo. En la obra titula La autobiografía de un yogui Yogananda describe la ubicuidad de su maestro Sri Yukteswaar; el sentido final del taoismo no es otro que el del refinamiento de la energía. ¿Por qué entonces Castaneda? Porque, como le respondió don Juan a su discípulo cuando éste le hizo una pregunta semejante, ésta es la isla de energía a la que hemos llegado, hasta aquí nos trajo nuestra propia energía, seguramente porque es nuestro contemporáneo, quizá porque es latino, quizá porque escribió tan bellos libros que encendieron nuestro corazón… vaya uno a saber, pero aquí estamos, en este intento, tratando de explicar lo inexplicable.
El hombre es aventurero, somos aventureras, ante esta invitación de lo no lineal, de lo incomprensible, de un tiempo que se saltea el tiempo ¿cómo no aceptarla? Hasta aquí llegó la filosofía, desde aquí la brujería. Por cierto que la física cuántica puede dar cuenta de más de un fenómeno del mundo de la brujería. ¡Ojalá lo haga, y pronto! Pero no quiere, o quizá no pueda.
Queremos abrazar ese mundo y no podemos ¿por qué? Las “razones” pueden resumirse así: es tan fuerte el condicionamiento social que sufrimos que para romperlo se requiere un caudal de energía del que carecemos, y carecemos de él porque, precisamente, forma parte del condicionamiento el engendrar de manera tan civilizada que casi siempre el nuevo ser carece del impulso vital que da la pasión. Gran parte de las mujeres engendramos sin orgasmos o con orgasmos muy débiles. Así se lo decía don Juan a Castaneda. ¿Cómo liberarse del condicionamiento si no hay energía suficiente? Y estamos como el perro que se muerde la cola. Así es nuestra lucha, la de quienes queremos aprender qué cosa es el afecto, la de quienes queremos amar sin apego, la de quienes deseamos morir otra muerte.
Uno de los instantes más álgidos del libro El conocimiento silencioso, de Carlos Castaneda ocurre cuando el nagual Elías lo salva de la muerte a quien sería el nagual Julián -futuro maestro de don Juan-. Elías le mueve el punto de encaje a Julián -en ese momento a punto de morir de tuberculosis- y entre muchas otras cosas dice “el hombre muere porque intenta morir”. Cuando la leí me pareció una frase maravillosa. Me llevó diez años comprender que su sentido es literal, que no hay allí metáfora alguna ni alusión de ningún tipo. La humanidad muere tal como muere porque así lo intenta. Y no es verdad que la muerte nos iguala a todos, no son verdad las infinitas páginas escritas en Occidente sobre la muerte como un hecho inamovible. La finitud sí es un hecho inamovible. La filosofía la denomina finitud, y es la palabra apropiada, los discípulos de don Juan reiteran su expresión: “todo orden llega a su fin” o sea la finitud. Pero eso no implica que debamos morir y peor aún, enfermos y decrépitos física y mentalmente. El verdadero brujo, en el sentido de don Juan Matus, se va. Se va en el momento no en el que lo decide por su propia voluntad, sino en el momento en que percibe que ha terminado su tarea y que sus condiciones se armonizan de tal manera con las condiciones cósmicas que su partida es una posibilidad concreta. En los libros de Castaneda la expresión usada es “consumirse por el fuego interno”, el término técnico sería autocombustión. El viejo taoista sabio puede irse de este mundo de cinco maneras: por el fuego -y esto sería autocombustión- por la madera -haciéndose uno, por ejemplo, con un árbol- por el agua -haciéndose uno con el río que fluye, por el metal y por el aire. Para el taoismo este tipo de muerte implica una evolución de la conciencia. Castaneda se refiere una y otra vez a la necesidad que tiene el hombre de evolucionar, no en el plano de su cuerpo físico, sino en el plano de la conciencia. La brujería del mundo de don Juan señala constantemente que la amplitud de nuestra conciencia no pasa más allá de la permanente preocupación con nosotros mismos; lo que en ese extraordinario libro ya mencionado, El conocimiento silencioso, figura como el sitio de la preocupación. Dice allí don Juan, por vía de su discípulo, que la humanidad se halla hoy -y se halla así desde milenios atrás- en la antesala de la razón, que es el sitio de la preocupación: no hablamos más que de nosotros mismos, no nos preocupamos más que de nosotros mismos, y no podemos salir de ese círculo repetitivo: yo, yo, yo. Estas aseveraciones de don Juan y de Carlos Castaneda no tienen una connotación de juicio moral, sino que simplemente señalan un hecho. El espectro que nuestra atención abarca no pasa más allá de lo que nos atañe a nosotros mismos. En ese espectro, en esa banda, a ese nivel no hay evolución posible. La muerte será una muerte como tantas y la conciencia será devorada por otras conciencias que la apetecen. La evolución a la que nos invita el mundo de la brujería de don Juan Matus sostiene la posibilidad de la permanencia de la conciencia durante el tiempo que dure la tierra, que es su matriz. Pero no ya una conciencia ligada a un organismo, sino una conciencia inorgánica.
Parece que don Juan solía compara el universo con una cebolla, por la multitud de capas que lo integran; una de esas capas sería un mundo paralelo al nuestro -todo en el universo se da de a pares- y en cierto modo similar a él, excepto que sus criaturas no serían organismos como nosotros, sino conciencias sin organismo, es decir, inorgánicas. Para el mundo de don Juan Matus el destino de la conciencia de un brujo es el mundo inorgánico, y su finitud se cumpliría cuando ese mundo llegase a su fin, esto es cuando la tierra llegase a su fin. Sin embargo, no es esto lo que en ese mundo se denomina libertad total, pues ésta se alcanza al trascender también el mundo inorgánico. ¿Cómo hablar de esto sin haber hecho la experiencia y más aún de una manera lineal? Sin embargo, no puedo de otro modo.
Este fenómeno encarnado en C.C. F.D. T.A. Y C.T. es un fenómeno de Occidente y no es un fenómeno de Occidente. Ocurre en Occidente, en los EEUU, en México, en Sud América -Argentina, Chile, Brazil- en Europa -España, Alemania, Rusia, Italia, Inglaterra. Si el lugar denuestro nacimiento acredita nuestra nacionaldad, se puede decir que la brujería es oriunda de los Estados Unidos, pues es aquí que se editaron los libros de Carlos Castaneda, irradiándose desde aquí al mundo.
(Hay una frase clave que le dice CC a su maestro don Juan Matus: “¿Pero entonces, don Juan, toda la vida del brujo no es más que una preparación para la muerte? Con es pregunta Castaneda da en el blanco. La brujería consiste en vivir la vida con la permanente conciencia de la muerte, para que la muerte no sea la que conocemos. Por eso Castaneda se dirige siempre al “ser que va a morir”, ese rasgo es el que puede tornarnos capaces de modificar nuestra vida. ¿En que difiere entonces la brujería de cualquier religión? En todo y en nada. No difiere en cuanto toda verdadera religión apunta al más allá de esta vida
[ambiguedad en torno al concepto de vida. La ciencia define la vida a partir de lo biológico (aún cuando el bios griego no identificaba la vida con el organismo, recordemos que para Anaxímenes discípulo de Anaximandro -ambos, junto con Tales de Mileto considerados los padres de la filosofía occidental y llamados los filósofos físicos, pero no en el sentido restringido con que Occidente entiende ese término- consideraba al aire como el principio -arché- de todo lo que es: las cosas nacen por condensación o rarefacción del aire. Ahora, el aire es un elemento vivo y dinámico, por contraposición a la pasividad de la materia (cercanos están estos filósofos jónicos al pensmaiento oriental en general y particularmente al taoismo para el cual la materia es la forma más grosera de energía, más condensada, y la tarea del hombre durante su vida es lograr que su energía se torne cada vez más sutil, más rarificada [Si para Einstein la física fue una aventura del pensamiento, para nosotros la brujería también es una aventura del pensamiento que involucra -tiene que involucrar o si no no es nada- nuestro cuerpo. La brujería comienza como una aventura del pensamiento, un interés intelectual -todo comienza y por lo general casi siempre sigue, para nosotros habitantes del fin del milenio, como un interés intelectual- Castaneda reitera que cuando llega el momento del ajuste de cinturón, es decir, que el juego intelectual devenga acción, casi nadie lo soporta, no se soporta la presión que ese ajuste involucra]
(sigue de… más allá de la vida. Cada gran disciplina ha tenido y tiene al más allá de la vida como objetivo de su conocimiento y de su práctica: poner al hombre de alguna manera en condición de enfrentar lo desconocido. Las religiones de origen cristiano, el catolicismo sobre todo, han devenido instrumentos de poder y de opresión del hombre, no de su liberación. Otras grandes disciplinas del pensamiento como el taoismo, al estar menos institucionalizadas, han podido conservar más puras sus enseñanzas, y siguen siendo, de alguna manera, un camino de liberación. Es paradójico, que la brujería, con semejante nombre, sea una disciplina equiparable a los más venerables sistemas de conocimiento tradicionales.