Dirección y guión: Apichatpong Weerasethakul (2010)
Festival de Cannes 2010, “Palma de Oro” – Mejor Película
Festival de Sitges 2010 – Premio de la Crítica
Seleccionada por Tailandia para los Oscars 2011.
Esta película presenta todo un desafío a nuestra mente occidental. Si no se está dispuesto a aceptarlo, a permitir que la conciencia normal se vea sacudida, mejor no ir, el aburrimiento puede ser mortal y la sensación de absurdo intolerable.
De acuerdo a la orientación previa del espectador tanto puede juzgarse como una narrativa postmoderna radical que deconstruye casi todos los esquemas y clichés habituales del espectador, un inédito ejercicio de libertad de cine, que merece calificativos sumamente positivos (“Un film sensacional, inolvidable, uno de los mejores de los últimos años” De Carlos Prieto – Público), como puede considerarse un fiasco producto del extraño y bizarro resultado de la mezcla y la intromisión de un medio occidental, la cámara de cine, en una forma de consciencia foránea.
No sólo por sus contenidos, que nos sumergen en un mundo, mejor un cosmos, el tailandés, en el que resulta perfectamente normal percibir y conversar con los muertos y hacer el amor con el Señor del lago, un espíritu en forma de pez, sino por su sintaxis, propia de una estructura de consciencia mítica totalmente ajena a los esquemas básicos de causa, efecto, tiempo y espacio.
Narra la experiencia de un hombre que se acera a su muerte y en el proceso parece recapitular su vida y recordar vidas pasadas en íntimo diálogo con vivos y muertos, pero la angustia del espectador es intensa sobretodo por la forma narrativa, que parece incompatible con los requerimientos básicos del hacer cine, tal y como lo entendemos. Sólo la fuerza del tema que aborda, la muerte, apoyado en una fotografía y una música que la intensifica, mantiene al espectador tan hastiado como atónito, anclado en la butaca, como hipnotizado por el poder exótico de un universo físico y emocionalmente ajeno, de una narrativa en la que las convenciones de inicio y fin, planteo y desarrollo, brillan por su ausencia, no sabemos si debido a la lógica de la forma de conciencia que genera el relato o a una decisión estilística de su autor, me inclino por lo primero.
No puedo dejar de pensar en la prosa poética del prólogo del último libro del gran chamán occidental, Carlos Castaneda, que nos convence del enorme, casi absoluto poder que el lenguaje, que nos constituye como sujetos humanos, ejerce sobre nuestra cognición y por tanto sobre la percepción y comprensión del mundo que nos rodea.