El vacío asoma en el horizonte, es el fin de un camino que creíamos dorado, es el inicio de un horror que recién empezamos a nombrar, extinción de las especies y de la conciencia, contaminación, precariedad laboral, desertización, quiebre de los Estados, implosión de las corporaciones globales, profecías apocalípticas, culminación, mejor, estertor, de una era maquínica, tecnología impotente, gemidos de los últimos seres con alma.
No hay refugio, ni consuelo, los últimos paraísos artificiales del New Age, los mensajes de aliento de un ciego optimismo propio de almas cándidas agotó sus reservas vitales.
Sólo queda enfrentar el horror, asumir el error, cambiar la dirección, dejar de evadirse, sacudir la anestesia, ponerse en camino sin guía ni dirección sólo con la certeza, lúcida y ácida pero incuestionable, la verdad amarga de que no hay solución, ni redención.
Abocados y convocados a vivir la agonía, el cáncer de una civilización nos invade, la única terapia es dejar de intentar, pues cualquier intento agrava la enfermedad, es mejor dejar que siga su curso, no implorar la sanación pues no existe, sino rogar por su corta duración. Que llegue pronto el final, que acabe cuanto antes el mundo que nos rodea, no más estados ni fronteras ni trabajo obligado ni leyes pomposas, no más políticos oficiales ni policías máquina, no más codiciosos, ladrones de guante blanco o negro. SI se avecina una peste que se los lleve, y junto a ellos a terroristas y ejércitos, traficantes de sueños y de muerte, tiburones y aventureros mercenarios.
Que se callen los mass media, que dejen de soñar los creadores de realidad pues ésta ya no necesita de más disfraces. Que enmudezcan los expertos, los que creen que saben, y los científicos avergonzados se retiren a las cumbres solitarias de la reflexión ética, los salvadores y los vendepatrias sean obligados a sentarse desnudos en medio de la plaza, condenados a observar con atención el avance imparable del destino fatal.
Que los generales, diputados, ejecutivos, comerciantes, vendedores de ilusiones entonando un mea culpa trascendental, corran por las calle sin parar hasta que se quedan sin aliento.
El loco de la colina, contemplando el divino espectáculo susurra, “si yo ya lo decía”…
El negro nubarrón ha venido a aguar la fiesta, los ladridos de los perros nos asaltan con su melancolía, los árboles impávidos asisten inmutables a la zozobra humana. “Son ellos los que no se mueven -piensan- nosotros en nuestros sueños, alcanzamos mundos imposibles, ellos, en sus ilusas creencias de progreso, evolución, crecimiento, desarrollo, innovación, avance imparable, no se mueven, a lo más, giran incesantemente en torno a una noria de codicia y autoabsorción.
Encerrados en sí mismos, obsesionados con la buena vida, sordos a los lamentos de los pájaros, hipnotizados con los cantos de sirena del capital y de la ciencia, el giro incesante ha desembocado en torbellino de una destrucción anunciada, bienvenido, la merecemos y no por culpa cristiana, ni por condena kármica, más bien por un sentimiento de liberación cósmica, de alivio trascendental. La especie humana o deja de ser especial o se autocondena al suicidio colectivo, sólo entonces podríamos enfocar la causa del mal, estamos sitiados, somos pasto para otras especies, debemos luchar por escapar del gallinero, todos juntitos, si no, ni modo. Algunos lo han logrado ya, disfrutan de su merecido descanso pues la lucha ha sido feroz y agotadora, pero la solución individual ya no vale, pues no sintoniza con la época, muerte del individuo, nacimiento de la Humanidad, total, global, omnibarcadora, la única capaz de un sueño de envergadura…
Consumada la destrucción del orden indecente, culminada la purga de las almas codiciosas se abrirá un nuevo horizonte, tú y yo, andando uno al lado del otro,